Guillermo Cameselle, el fotógrafo de la reconversión industrial viguesa, acaba de morir. Las páginas de este periódico están plagadas de sus imágenes de las batallas obreras , desde que comenzó el desmantelamiento del naval y otras industrias de la Ría. Primeros planos o planos medios, de trabajadores furiosos, que protestan y se enfrentan con la policía; de imponentes manifestaciones que llenan la calle de Urzaiz o detalles impactantes de la lucha por la supervivencia fabril de la ciudad, de la que dependían sus empleos.

Eran los tiempos del blanco y negro, que acentuaba el dramatismo de lo que acontecía.

Ningún fotógrafo como él captó la zozobra, la tensión, la angustia y también la ilusión y la esperanza de quienes se implicaban a brazo partido por que el entramado laboral vigués no se derrumbara.

La escena, popularizada en la película de "Los lunes al sol", de los sindicalistas que secuestran el barco de pasaje a Cangas, la captó mejor que nadie Cameselle. Lo llamaban los propios trabajadores cuando iban a emprender alguna acción sonada.

Otra de sus especialidades era el marisqueo. Pocos aprehendieron como él esa panorámica que impresiona. Decenas de figuras femeninas inclinadas con medio cuerpo hundido en el agua para extraer almejas, rostros de mujer como tallados por el esfuerzo, con la pañoleta anudada a la cabeza, cargando sacos de moluscos. Y las peleas - estaba en su salsa cuando tomaba estas fotos- entre furtivos y policías, casi bélicas. Como profesional implicado hasta el tope en su labor, en más de una ocasión padeció las consecuencias físicas de las grescas.

Guillermo Cameselle era el penúltimo de una saga de grandes fotógrafos que ha habido en este periódico - el último, los últimos, son los actuales-. Una saga que comienza con el popular José Gil, fotógrafo y cineasta, allá por los años diez al veinte del pasado siglo, que continúa con Ksado y Pacheco, dos de los gráficos considerados míticos en el ámbito profesional, y los no menos grandes, los hermanos Saraiba, Campinas y Pintos. A los que sigue la saga de los Llanos, y circunstancialmente, grandes artistas, como José Suárez. Les sustituirán en la posguerra otros, actualmente, menos conocidos pero que ya son historia, como, Bene y Tomás, en los años cincuenta, y Siorty, el gráfico que acompañó en su periplo por Gran Bretaña a Cunqueiro y Fernández del Riego, y captó - imágenes que vuelven a revivir- su presencia en Hastings, y en Londres, junto al Támesis.

Y Magar, el antepenúltimo, que llegó al FARO con Manuel Cerezales, y acompañó a Cunqueiro en su viaje xacobeo entre el Cebreiro y Compostela.

Cuando se incorpora Cameselle, en los setenta, se atisbaba el final de la dictadura y las luchas que la acompañaron, en la calle y en las fábricas. Era el fotógrafo que precisaba aquel tiempo. Una exposición con su obra gráfica de testigo de la reconversión industrial de Vigo le haría memoria y recordaría la ardua, ingrata y dolorosa situación que atravesó Vigo en la década de los setenta y comienzos de los ochenta, con el desmantelamiento del metal, el naval, la conserva, el textil y la desaparición de la cerámica (Grupo de Empresa Alvarez), una de las industrias con más trabajadores.

Guillermo Cameselle, vigués y celtista hasta los tuétanos, era de las personas más queridas de esta Redacción. No sólo era un gran profesional, era machadianamente bueno. Cuantos jóvenes periodistas recalaban en el decano, querían que fuera él quien les acompañase en sus primeros reportajes o entrevistas. Con su punto de pesimismo, su bonhomía y su conocimiento del entorno, Cameselle era un excelente guía.

Hace años que sufría una insaciable enfermedad contra la que luchó con denuedo. Ayer se nos fue. Pero queda su recuerdo y un puesto preferente en el frontispicio de grandes gráficos del decano de la prensa española. Es el indiscutible fotógrafo de la reconversión industrial de la ciudad que tanto amaba.