Aunque la moderna geología ha desmontado la idea de que la piedra permanece para siempre, los primeros pobladores del noroeste de la Península Ibérica, en el lugar conocido hoy como Galicia, creían en su carácter inmutable frente a la efímera existencia de los seres vivos. Por eso la escogieron para inmortalizar su arte. Pero la piedra no solo ha servido para dar forma a sueños, sino también para levantar muros bajo los que refugiarse, tallar ruedas de molino con las que convertir el trigo en pan o como fuente de riqueza para comarcas que viven de su explotación.

Los comisarios de "Gallaecia Petrea" han querido reflejar todos esos aspectos en la exposición que inaugura el Museo de Galicia, que incluye desde herramientas paleolíticas que sirvieron de útiles a nuestros primeros ancestros a vanguardistas esculturas.

Al igual que un padre que no quiere reconocer su predilección por alguno de sus retoños, los seis expertos que han trabajado como comisarios en la exposición, son reticentes a elaborar podios. Sin embargo, confiesan que el simbolismo de algunas piezas o el hecho, simplemente, de que sean únicas, las hace destacar entre las 341 obras cedidas por 91 instituciones culturales y coleccionistas privados de Galicia, España y Portugal.

Así, el profesor Juan Ramón Vidal Romaní, responsable de la selección de geología, apuesta por la colección de piedras más antiguas de Galicia, recopilada por G. Schultz, aunque los mapas de Isidro Parga Pondal dice, no se quedan atrás.

En la misma planta, es posible contemplar obras de Asorey en diálogo con autores más contemporáneos, como Leiro –que destaca Miguel Fernández-Cid–, Manolo Paz o Silverio Rivas. En el futuro, confía el comisario, los autores de las obras , que define como "inconestables", serán clásicos. Ya lo es ahora, sin embargo, su pieza favorita: "Guerrero celta", del también cambadés Narciso Pérez.

En el capítulo de prehistoria, coordinado por el arqueólogo Xosé Ignacio Vilaseco, la situación se complica entre petroglifos, placas, estelas e incluso una cista –un pequeño dolmen–. Al final Vilaseco apuesta por la Estela da Pedra Alta y la Losa del pez y el círculo de Formigueiros, aunque añade también las losas de la cista de la Insua, de Cabana de Bergantiños, decoradas con grabados en zigzag.

Quien parece tenerlo realmente difícil es Antonio Rodríguez Colmenero, profesor ad honorem de la Universidade de Santiago y padrino de la sección romana, en la que echa de menos la muralla de Lugo. Desde el campamento de Aquis Querquennis hasta los relieves de Vilarín, no quiere renunciar a las estatuas de guerreros galaicos, un contundente miliario o la columna de Aquae Flaviae traída desde Chaves.

En el medievo, cuando el románico se adueña de Galicia, el campeón indiscutible es el Pórtico da Gloria. Como este no puede desplazarse al Gaiás, el director del Museo de Pontevedra, Carlos Valle, ofrece alternativas, sobre todo el tímpano de San Xoán de Palmou, pero también la Virxe do Leite, del siglo XIV, y menciona como curiosidad la Hidria de Jerusalén, de la iglesia Santa María de Cambre, erosionada por los fieles ávidos de polvo para confeccionar brebajes con los que curar todo tipo de enfermedades. No en vano se dice que fue usada por Jesús para su milagro de transformar el agua en vino en las bodas de Caná.

De la parte moderna se encarga la profesora de Historia del Arte Ana Goy Diz, quien, enfrentada a la disyuntiva y resignada a no poder incluir la fachada del Obradoiro en la muestra, quiere rendir gratitud a los portugueses y escoge a Santa María Madalena –en representación de unos trabajos desarrollados en piedra caliza, más blanda que la gallega y, por ello, mucho más fácil de trabajar– y, de este lado del Miño, el altar pétreo de Vilar de Donas.

Los comisarios han hecho sus apuestas. Ahora le toca al visitante decidir qué piezas son sus favoritas.