Vilariño viene de posar en la calle para el fotógrafo: "La fotografía está en vías de extinción".

–¿Eso dice un fotógrafo?

–Hay muchas fotografías, yo hago fotografía conceptual, pero lo que es el reportaje social tradicional, el documentalismo, está agotado estéticamente. Se habla de nuevos documentalismos pero no hay visiones diferentes que te sorprendan. Claro que eso también podríamos decirlo de la pintura. ¿Qué existe después de Lucian Freud o de Bacon? Vi una gran exposición de Bacon en Londres, en los años setenta, y me dije ´no pintaré jamás´.

–¿Quería ser pintor?

–Me gustaba la pintura, y la escultura, pero sobre todo, la literatura. Comencé con la poesía y con la fotografía en la universidad.

–Sin embargo, se hizo biólogo.

–Soy bioquímico pero ya de niño me gustaba escribir.

–Acaba de publicar su primer poemario, "Ruinas al despertar".

–Es un libro de tono elegíaco. Surge del dolor y del amor, de la ausencia, de la muerte. Empieza con la enfermedad de mi mujer pero hay cuatro poemas que escribí en el año 2000 que son premonitorios, ya hablan de estos temas: la ausencia, el silencio, la soledad.

–Los mismos que impregnan su obra fotográfica.

–En ese libro aparece de forma natural el imaginario animal que me rodeó siempre, el imaginario del bosque. Siempre trabajé con el animal simbólico de las cuevas de Altamira. Lo he incorporado a mi discurso de forma natural porque mi relación con los animales viene de la infancia. Siempre me emocionó el vuelo del pájaro. O el animal que vive en la fisura, el reptil. Aparte del animal, lo más importante en mi obra es el silencio. Casi me definiría como un hermeneuta del silencio. Y la soledad: me gusta escuchar la montaña o el océano.

–Islandia es el último escenario de su obra, paisajes helados, icebergs, ¿por qué?

–Me interesa la luz auroral del norte, esos momentos antes de que acabe la noche y comience el día en los que no canta el pájaro y hay silencio. Quería aprovechar esa luz que baña lentamente las cosas, ese despertar virginal, y dar idea de un espacio inaugural e intacto. Son unos paisajes que funcionan como mis naturalezas muertas; lo importante es la luz.

–¿Tiene cámara digital?

–No, pero me fascinan las nuevas tecnologías. Los ordenadores me gustaron siempre, sobre todo por el aspecto de biblioteca abierta a todo: al mundo, a la literatura, a la música, al cine... Es increíble poder tener cualquier película o libro al instante.Pero no utilizo los ordenadores para la fotografía.

–¿Es virgen en el Photoshop?

–Conozco las reglas para poder retocar cuatro cosas pero no lo utilizo, prefiero la imagen analógica, tanto en el cine como en la fotografía. Eso no quiere decir que no reconozca que la fotografía digital es la que corresponde a estos tiempos. Lo analógico subsistirá dependiendo de la industria y del mercado.

–Ese interés tecnológico contrasta con su imagen.

–¿De monje? No, pero trabajo en una mesa conventual, con los elementos mínimos, con la extrema concisión. Y luz natural y orden.

–No le gusta que le hagan fotos y le entrevisten, ¿por qué?

–Me gusta el anonimato. La Bienal de Venecia me hizo salir de un anonimato que me alteró. No me gustan las entrevistas porque si tengo algo que decir prefiero escribirlo. Me gustaría, como a Cartier-Bresson, que no se conociese mi propia imagen. No llegar al extremo de Salinger, pero vamos... Y si te dan un premio nacional, no puedes negarte a ser entrevistado.

–¿El premio y la Bienal, aparte de salir del anonimato, le han supuesto algún otro cambio?

–Los premios nacionales dan más presencia pero lo que te ubica en otra esfera es la Bienal de Venecia porque dura seis meses y pasan por allí las galerías de todo el mundo. Por lo demás, sigo haciendo mi vida en mi casa de Bergondo, aprendiendo de la sabiduría del bosque y pendiente de las borrascas.

–En su casa de Bergondo hecha por el arquitecto Manolo Gallego, otro premio nacional.

–Manolo Gallego es amigo, una gran persona y un gran arquitecto. ¡Ojalá todos fueran como él!

–Tiene piano de cola, ¿lo toca?

–No, es un regalo que hice a mi hija. Tiene 13 años y toca muy bien.

–¿Cómo se mueve en el negocio del arte?

–El mercado del arte acabó con la fotografía. Antes tenía la espontaneidad y la marginalidad de la poesía pero desde los años setenta forma parte del puzle del mercado del arte y de la banalidad.

–¿Fotógrafo o artista?

–Para el mercado soy un artista visual. A mí me gusta más la idea romántica de antes: partir del negativo –del papel en blanco del poeta– y componer una imagen como compones un silencio.