"No debe defender el cosmopolitismo porque sea un ideal ilustrado, o moderno, o acorde con los tiempos, sino porque sin él se hará imposible la responsabilidad global y la gobernación internacional", explicó Norbert Bilbeny en su conferencia en la Semana Galega de Filosofía.

–Plantea que el cosmopolitismo es una parada obligada si queremos pensar en la construcción de Europa.

–No es una parada, es la estación de destino, la estación final, seguramente no llegaremos nunca a un pleno cosmopolitismo mundial (y reconozco que ahora estoy haciendo futurismo) pero es un destino ineludible porque nos va en ello la supervivencia de la población del planeta, por motivos ambientales, de seguridad, alimentarios, energéticos, de convivencia por descontado. Por lo tanto cosmopolitismo no es un lujo político ni estético o moral o artístico, el cosmopolitismo es la tendencia natural de la democracia hacia su pleno desarrollo en estructuras de gobierno que van a traspasar las fronteras nacionales y a buscar cada vez más ejes y estructuras, nódulos, compartidos.

–¿Puede hablarse de una ética cosmopolita?

–La ética o es cosmopolita o no es, me parece a mi, ética. En tanto que representa una preocupación por lo humano, por la dignidad de todo lo humano, trasciende grupos, pueblos, estados, continentes, la ética es, de suyo, cosmopolita, por más aprecio y respeto que tenga, como no puede ser menos, hacia los elementos comunitarios, locales, la ética tiene necesariamente una proyección universal.

–¿Qué se entiende por interculturalismo?

–Es respetar la diversidad cultural pero salvando todo lo común que haya que salvar.

–Porque el multiculturalismo subraya las diferencias

–Si, es más diferencialista, subraya las diferencias, eso se plasma incluso en los modos de convivencia, se tiende a buscar espacios de yuxtaposición: tu aquí, tu allá, ese ghetto allá, cada uno en su sitio y respetemos todos lo que es de cada uno.

–¿Qué modelo se aplica en España?

–Aquí es otra cosa porque no hay un modelo fuerte de integración como el francés o el británico.

–¿No le sorprende en un país que en una década recibió a miles de inmigrantes?

–Nuestro modelo oficial es el de la integración, respeto a la diversidad pero salvaguardando unos principios legales y cívicos de convivencia. Sin embargo no es un modelo fácil porque está resultando en España causante de fricciones ¿por qué? Porque se tarda en integrar de hecho, se tarda en incluir de hecho a las personas en el sistema de derechos y oportunidades reales. Y como se tarda y siguen siendo gran parte de los mal llamados inmigrantes personas y en general grupos excluidos ello es lo que hace que el sistema español, que es el oficialmente el de la integración al igual que en toda la UE, no esté funcionando con la fortuna que se esperaba. Y se temía por otra parte que no funcionaría porque lo que hay es esa dificultad para incluir de una vez a esos que llevando ya un tiempo suficiente en el país y habiendo demostrado su voluntad de seguir formando parte de la población de este país, no son reconocidos de hecho como ciudadanos y como ciudadanos plenamente miembros de la comunidad.

–¿La crisis plantea ahora un reto añadido?

–El futuro de Europa me parece bastante incierto, sobre todo por la situación económica, que no sabemos hacia donde nos va a llevar. Con la crisis el principal peligro es el del chovinismo, los nacionalismos de estado y étnicos, el patrioterismo, que con el pretexto de la carestía aprovechen para reforzar el sentido de pertenencia y ese chovinismo.