Encerrado en prisión, Manuel Estévez Molares se propuso que no iba a "perder el tiempo". Y lo cumplió. Este vigués de 53 años que durante más de 20 trabajó como maquinista ferroviario acabó encarcelado por tráfico de drogas. "La vida da muchas vueltas", afirma. Y la suya volvió a dar un giro entre los muros del penal pontevedrés de A Lama. Con una férrea disciplina, aprovechando las madrugadas solitarias en su celda para estudiar cuatro horas diarias, se sacó la licenciatura en Derecho. Y después de casi seis años en la cárcel y tras recuperar la libertad el pasado 23 de enero, ahora tiene otro objetivo: ejercer la abogacía. Mientras espera para reunir el dinero necesario para colegiarse, con la esperanza de que sus antecedentes penales no se conviertan en una barrera infranqueable para lograrlo, acude con frecuencia a los juzgados de Vigo para presenciar juicios y seguir formándose. "Así me meto en ambiente", explica en compañía de un amigo que va con él a las vistas y que, junto a su madre y su hija, se ha convertido en uno de sus principales apoyos.

Manuel, en la actualidad en libertad condicional, fue maquinista durante 21 años: recorrió media España. Pero dos condenas por tráfico de drogas lo llevaron a prisión –una de nueve años y un día de cárcel impuesta por la Audiencia pontevedresa–. En 2006 ingresó en A Lama y desde el principio tuvo algo muy claro. "Yo sostengo que hay algo peor que perder la libertad, que es perder la dignidad, la salud... y perder el tiempo; el trabajo más peligroso es el de no hacer nada", relata. Y esto lo llevó a cursar la licenciatura de Derecho a través de la UNED.

Estudiaba mientras los demás reos dormían: se despertaba a las tres y media de la madrugada y desde esa hora hasta las siete y media de la mañana se centraba en sus libros y sus apuntes. "Conseguí tener una celda para mí solo porque sino molestaba a mi compañero", recuerda. De día trabajaba. Lo hizo en la lavandería, el economato –supermercado de la cárcel– y la panadería. "Iba cambiando para aprender de todo; así también me hice panadero", cuenta Manuel con una sonrisa.

No tuvo dudas de que la carrera que quería estudiar era la de Derecho. "Me parecía apasionante; además, dado el lugar donde estaba...", afirma este vigués. La matrícula y los textos básicos eran gratuitos. "Para ello había que aprobar el 50% de las asignaturas en las que te matriculabas", explica.

Los conocimientos ya le valieron en la propia prisión: "Allí no son muchos los que estudian; los que más, los presos de ETA". Empezó a ser conocido como "el abogado" y otros presos recurrieron a él para que les ayudara en cuestiones jurídicas. "Hice unos 400 escritos a reclusos que pedían permisos penitenciarios, tercer grado...; en estos temas soy un lince", afirma. Otra materia penal que domina es todo lo relativo a delitos contra la salud pública –los que le valieron a él las condenas– y la reforma del Código Penal de 2010, que le benefició con una reducción de su pena.

Exámenes

Para no toparse con el Plan Bolonia, que le obligaría a estudiar dos años más, hizo los dos últimos exámenes en una convocatoria extraordinaria en Madrid para estudiantes de planes antiguos. Viajó en un permiso penitenciario. Y aprobó los dos: en el de Tributación, que le ayudó a preparar otro reo experto en la materia, sacó una nota de 5 y en el práctico de Derecho Penal, un 7. Para este último no estudió: "Con lo que viví en prisión me llegaba, el Código Penal me lo sabía bien".

Ahora acude a los juzgados de Vigo todas las semanas, donde asiste a juicios y habla con abogados y funcionarios para consultar las dudas que le surgen y compartir impresiones sobre lo que ve en las salas de vistas. Ejercer la abogacía es su reto. ¿Lo que teme? "Me da miedo no estar a la altura de defender a una persona". Pero quiénes le rodean le animan y no dudan de que "vale".