"No ejerzo de turista", explica Aute al hacer memoria de sus visitas a Galicia, "he ido ahí a dar conciertos, a estar con amigos, pero básicamente para dar conciertos y lecturas poéticas". Y es lo que hará esta semana en Pontevedra: el próximo viernes inaugurará el festival poético "Imán de palabras" y al día siguiente ofrecerá un concierto en el centro Novacaixagalicia. Serán dos oportunidades de lujo para degustar el talento de un genio y comprobar que, pese a la crisis, "se siguen haciendo canciones, se siguen haciendo poesías, se sigue soñando", recuerda antes de advertir de que el que renuncie a sus sueños que se prepare a tener dueños.

–Poesía, pintura, cine... Ha buceado en diferentes artes, ¿qué nos enseña la cultura?

–A ser seres humanos.

–Hay pocos.

–Cada vez menos, en verdad hay pocos seres humanos y tampoco estoy seguro de que haya muchos ciudadanos.

–Su película Un perro llamado Dolor es animación (muda y en blanco y negro, se anticipó a los Óscar de 2012) pero es también una forma poética. Da la impresión de que ha experimentado con músicas, palabras, dibujos, el cine, pero siempre desde una óptica poética.

–Sí, es así, lo que sucede es que esa película es un largometraje que empecé a hacer en el año 1996 y acabé en 2001, ha ido a muchos festivales y es todo dibujado, es una película de animación (aunque no exactamente de animación, pero bueno), es un largometraje de animación para adultos y todos los dibujos son míos, la animación es mía y además es una película muda, en blanco y negro y un homenaje al cine mudo, de modo que me anticipé bastantes años a los Óscar (risas), sí.

–Ese carácter premonitorio es una de las constantes de su obra. El más reciente ejemplo es su último disco, en el que una de las canciones, referida a Atenas, se compuso un año antes de que la ciudad efectivamente ardiese.

–Antes, antes incluso. La empecé a escribir hace tres años, a raíz de las primeras revueltas que se dieron en Grecia, cuando mataron a dos estudiantes en una manifestación y la gente salió a la calle. La empecé a escribir en Atenas, en casa de un amigo que vive justo en el barrio en el que se hicieron las primeras revueltas, el barrio de los anarquistas, y curiosamente sí es una canción donde presagio todo lo que ha sucedido después, lo que está sucediendo. Y también hace muchos años, antes de que cayera el muro de Berlín, bastante antes, hice una canción que se llamaba La guerra que vendrá donde anticipaba el derrumbe del bloque soviético y me decían que estaba loco.

–¿No tiene la impresión de que la historia se nos precipita, de que hemos sido invitados a un cierto tipo de final?

–Pues me gusta eso de que la historia se nos precipita, es muy poético. No es el fin de la historia (risas), como decía Fukuyama, sino que es el fin de una historia, de una era, la llamada era contemporánea, que nació con la Revolución Francesa y está muriendo en estos momentos. Porque no es solo una crisis económica, es una crisis en todos los ámbitos, una crisis política. Las ideologías andan un poco confusas, están desapareciendo bajo el poder de los financieros y la especulación; es, evidentemente, una crisis económica, pero también en la educación: estamos viendo cómo los estudiantes están levantándose ante una educación absolutamente inútil. Es una crisis de futuro, de ideas, en la comunicación (internet ha aparecido y está poniendo patas arriba todo lo que es comunicación). Son muchas crisis que yo interpreto más que como una crisis como una mutación histórica, una mutación y todos estamos siendo testigos de ella.

–Y todo eso aderezado para empezar con la prisa, tan cercana a los dogmas.

–Tengo un poemira –los llamo poemira, son unos textos breves que escribo y están publicados en la edición de Siruela que se llama animaLhada– en el que hablo de que habría que prescindir de muchos ministerios que son inútiles y, sin embargo, crear cuatro que sí son imprescindibles. Uno sería el ministerio de internet, que es un fenómeno histórico que está cambiándolo todo y que creo que habría que tenerlo en cuenta políticamente. No hay partido político que haya incorporado internet a su programa. El segundo ministerio sería el del narcotráfico, es decir, todo el dinero que mueve el narcotráfico antes o después tendrá que aflorar, no puede haber una economía sumergida tan brutal como la que hay y que no suceda nada. Después estaría el ministerio de la publicidad. Nada existiría sin publicidad, lo que no se publica no existe, la publicidad crea hábitos, modos y modas y además encarece el valor de los productos muchísimo, vivimos en la era de la publicidad. Y después, el cuarto ministerio sería el de la velocidad, la prisa, creo que habría que atender ese gravísimo problema, esa obsesión por la instantaneidad, porque todo ocurra ya en este momento, incluso para hacerte rico no vale que pienses en un negocio para hacerte rico dentro de un tiempo sino que tienes que hacerte rico hoy, hoy mismo. Si sale un libro o un disco en una tienda, como no se venda en la primera semana se retira. Vivimos absolutamente presionados por la prisa y por la velocidad, vivimos en la prisa, intentando madrugar antes por si amanece más temprano y no es así.

–¿Hemos perdido, además de dimensión poética, pasión?

–Sí, en medio de tanta prisa y tanta cifra y tanto presupuesto estamos perdiendo dimensiones, también esa dimensión poética de la vida y sin ella la vida no vale, no vale nada.

–Otra de las características que nos definen es la tecnofilia, que no es su caso. ¿Tiene móvil?

–No, no tengo, no. Y curiosamente en griego arte se dice tecnos, es una paradoja. Y sí, ahora vivimos bajo una nueva dictadura que es la dictadura de la tecnología sin límites.

–Al recital poético que ofrecerá este viernes seguirá, el sábado, un concierto. ¿Qué propondrá al público?

–Esencialmente será la presentación de los temas de Intemperie, del último disco, interpretaré prácticamente todas las canciones porque como no me emiten las canciones en la radio (risas) tengo que darlas a conocer en conciertos. Y también habrá unas cuantas canciones del disco anterior y otras, las menos, de trabajos anteriores para no hacer el concierto demasiado largo.