El escenario del Teatro del Centro Cultural de Novacaixagalicia lucía desnudez. Un taburete, una mesita con un vaso. Poco más precisó Amancio Prada para llenar el escenario con su tranquila presencia. Su guitarra, claro, y un micrófono para cantarnos su trobas en un concierto divisible en tres partes.

Abrió con "Caravel", tema de 1976, en lo que fue un primer bloque dedicado a trovadores. Cantigas de amor y cantigas de amigo de los siglos XII y XIII musicadas por el cantautor.

Una primera parte de sonidos ancestrales que Prada condujo hasta la sensibilidad del presente, pues después de todo ¿no son esos cantos eternas loas al amor y al desamor? Tanto como los lamentos de los románticos que centraron la segunda parte de la gala, con letras de Gustavo Adolfo Bécquer o Rosalía de Castro (levantó aplausos, por supuesto, su ya clásica "Adiós ríos, adiós fontes").

Espeleólogo sentimental

Son las dos facetas más reconocibles del bardo de El Bierzo, alma cercana a Galicia por geografía y sobre todo por sentimiento. Él es, lo demostró ayer nuevamente, espeleólogo sentimental de nuestra cultura. Pero hay otras facetas en este hombre afable y de presencia cercana.

El tercer bloque del concierto se centró en lo que bautizó como "los libertarios", cantautores de la protesta y el verso tenso, la ironía y el desgarro. Chicho Sánchez Ferlosio o Leo Ferré fueron objeto de versiones cargadas de esa sensibilidad tan reconocible (sus detractores dirían acaramelada, sus seguidores, única).

Y sin más abalorios que su acústica y una voz aún cristalina discurrió la noche. También al compás inestimable de su capacidad oratoria, la del cuentacuentos que nos transporta a un encuentro con Álvaro Cunqueiro o al amor imposible de un joven enamoradizo en busca de su Isolda. El que, en fin, narra encuentros y desencuentros que acaban en canciones.