“Anatomía de un instante” es un libro salido de un avispero, con el doble riesgo de encararse con el 23-F, un hecho “en el que convergen todos los demonios de nuestro pasado reciente”, y sondear casi hasta agotar las posibles visiones de una imagen que no por repetida deja de sorprendernos. Así cuenta Javier Cercas (Cáceres, 1962) la génesis y elaboración de su libro de mayor éxito, premio de la Crítica el año pasado y que empieza a tener ya un aire canónico.

-“Soldados de Salamina” marca un antes y un después en su trayectoria. Han pasado ya diez años de aquella novela. ¿Qué perspectiva tiene de ese período en el que se ha convertido en escritor a tiempo completo y mucho más visible?

-Hay un antes y un después, pero me sentía igualmente escritor antes que después, esa también es la verdad. Los libros que escribía eran igual de válidos. Quinientos lectores ya me parecían muchos y lo normal era editar 2.000 ejemplares. Eso resultaba lo lógico, lo raro es lo otro y nunca lo esperé, ni en el más remoto de mis sueños. Escribía y ya está. Yo no existía y nadie me oyó quejarme. Cuando ya tenía casi cuarenta años se publicó “Páginas amarillas”, un libro en el que estaban todos y todas los de mi generación, excepto yo. Roberto Bolaño, muy amigo mío, que tenía un sentido guerrillero de la literatura, me decía: “Javier, tú tienes muchos enemigos”. Y yo le contestaba: “Roberto, el problema es que no saben quién soy”. Entonces no tenía enemigos. Ahora sí. En resumen: antes era un escritor y ahora soy un escritor profesional.

-¿Cómo se vive ese cambio?

-Para mí fue una extrañeza total. Era un profesor de provincias con vocación de escritor. No sé imaginar cómo hubiese sido mi trayectoria sin ese cambio, pero un libro como “Anatomía de un instante” es difícil que lo hubiese podido escribir si no hubiera sido un escritor a tiempo completo. Es un libro que exige una cantidad de tiempo bestial. Si no le hubiese podido dedicar diez horas diarias, en lugar de tardar cuatro años en hacerlo hubiera empleado diez. Tengo lectores, y eso es maravilloso, y puedo dedicarme a la literatura. Estoy agradecidísimo a “Soldados de Salamina”.

-En ese libro se diluyen las fronteras entre géneros, lo que culmina de una manera radical en “Anatomía de un instante” que resulta inclasificable.

-Eso me lo dicen los libreros y yo siempre les digo: “póngalo en el escaparate”. Eso ya estaba en mi primer libro, “El móvil”, que es muy ensayístico, siempre he jugado con estas cosas. Se habla de la mezcla de géneros como narrativa del futuro y algunos de los, para mí, mejores escritores vivos trabajan en esa línea: Coetzee, Naipaul, Sebald… Pero si ese es el futuro, entonces el futuro de la novela es su pasado, porque Cervantes inventó todo eso. Cervantes inventa un género y prácticamente lo agota. La primera virtud de ese nuevo género es la libertad absoluta: cualquier cosa puede ser una novela, lo que la convierte en un género inagotable. La novela no es sólo esa composición decimonónica de personajes y trama, puede ser muchísimas cosas, entre ellas, y eso ya está en “El Quijote”, un género de géneros.

-Es una indagación en la realidad desde una perspectiva literaria, por lo que para algunos de sus críticos el resultado se convierte en sospechoso: no se sabe si es literatura o una reconstrucción de la realidad.

-Es sospechoso para quienes no entienden bien lo que es la historia. Gibbon, Michelet, y estoy hablando de dos de los mayores historiadores de todos los tiempos, son grandísimos escritores. En ellos hay un uso literario de la palabra, una recreación imaginativa del pasado, y cuando hablo de imaginación no hablo de invención. Cuando E. H. Carr afirma que la historia es una reconstrucción imaginativa del pasado no significa que podamos decir que Alejandro Magno ganó en Waterloo. Lo que significa es que para traer el pasado al presente necesitamos la imaginación, la empatía, necesitamos ponernos en la piel del otro. “Anatomía de un instante” puede resultar sospechoso, pero la literatura tiene que ser una aventura que te lleve a buscar cosas distintas de las que hay. Es cierto que hay una verdad histórica y una verdad literaria. La primera es la verdad concreta, factual, mientras que la segunda es la general, moral. “Anatomía de un instante” busca las dos verdades, una combinación de ambas, y eso es algo complicado, muy arriesgado.

-Las críticas más fuertes vinieron del periodismo. Su polémica con Arcadi Espada fue muy cruda.

-Pero eso no fue una polémica, fue otra cosa, algo que obedecía a motivos personales y que forma parte de la clásica barbarie ibérica. No vale la pena ni mencionarlo. Lo asombroso es que alguien haga caso a un psicópata. Pero no era un debate intelectual, al que yo siempre estaré abierto.

-¿Un libro tan complejo como “Anatomía de un instante” se aborda con algún método, con un esquema previo del trabajo?

-Estuve a punto de volverme loco con este libro. Creí que me iba a convertir en un “homeless”, uno de esos tipos colgados, y que se terminaría hablando de “ese Cercas, uno que prometía, que ahora va cargado de papeles y tiene una teoría sobre el 23-F”. Me metí en un avispero. Felizmente trabajé sin método porque llegué a la forma que tiene el libro después de trabajar tres años en él. Si partes de una idea previa, ya estás condicionado por ella. Empecé queriendo escribir una novela clásica sobre el 23-F y tardé tres años en caer en la cuenta de que estaba equivocado. Y tuve que empezar de nuevo porque aquello no funcionaba y así surgió la forma que tiene el libro, que es rarísima. Hasta el último día pensé que no se entendía. Yo comparo el 23-F con el asesinato de Kennedy, para nosotros significa lo mismo que ese momento para los americanos, es el punto exacto donde convergen todos los demonios de nuestro pasado reciente. ¿Qué es un americano? Alguien que tiene una teoría sobre el asesinato de Kennedy. ¿Qué es un español? Alguien que tiene una teoría sobre el 23-F. Se puede decir de todo, por eso sostengo que es una gran ficción colectiva, porque no hay papeles.

-En contraste con quienes consideran aprovechable todo lo que escriben, usted parece capaz de cortar por la sano y volver a empezar. ¿Es sentido autocrítico o de aprendizaje y desaprendizaje?

-Aprendes cosas y eso es peligroso porque te puedes mecanizar, hay que sospechar de la facilidad. Lo decía Sartre, un escritor que ya no está de moda, en “Las palabras”. Cada vez sabes más y el peligro para un escritor es ese. El máximo sentido autocrítico es el mínimo sentido ético en un escritor, su ética consiste en eso, en no corromperse resignándose a la facilidad.

-Aquí tenemos una cierta vivencia patológica del pasado, como si no fuéramos capaces de ponernos en paz con él y recurrimos a leyes para poner el pasado en orden.

-Parece que seamos los únicos y las paces con el pasado cuesta muchos hacerlas, no sólo a los españoles sino a todo el mundo. Todos los países tienen cadáveres en el armario. Nosotros tenemos peculiaridades. En otros lugares ganaron los buenos, aquí ganaron los malos. Pero no hay que flagelarse con la idea de que somos una excepción en eso porque todo el mundo tiene problemas con su pasado. Lo que a mí me irrita profundamente es que se siga recurriendo a las dos Españas. Las dos Españas no sirven como instrumento de interpretación del presente. Esas dos Españas, si alguna vez existieron, acabaron en el momento que retrato en mi libro. Cuando el líder del Partido Comunista en la clandestinidad, el último líder de Falange, secretario general del Movimiento, y un notorio general de Franco deciden jugarse el pellejo por la democracia, ahí se acaban las dos Españas, ahí se acabó la Guerra Civil, se acabó la posguerra y la transición. Seguir interpretando el presente con categorías del pasado se llamaba pereza mental y sólo sirve para desorientarnos.