Jesús Pozo no se anda con eufemismos para hablar de la muerte. Director de la revista "Adiós" y del programa de radio "Polvo eres" (RNE), el escritor y periodista se adentra ahora en las vidas de sepultureros en el libro "De cuerpo presente" (La Esfera de los Libros). En él, de forma precisa, directa e incluso con un toque de humor, recoge la vida, anécdotas y curiosidades de 13 enterradores de toda España, tres de ellos gallegos. Es también la historia de los cementerios y la evolución funeraria de este país: cementerios ingleses, enterramientos gitanos, condiciones laborales... y de personajes singulares como Marisa González, pionera entre las tumbas, Paco Belmonte, el sepulturero escritor de Madrid, o un "arqueólogo" discreto, entre otros.

–¿Cómo se especializa un periodista en un tema tan concreto como la muerte?

–Me vino dado porque me quedé en el paro al cerrar "Diario 16", del que fui director en Murcia y en Valencia. Me llamaron para dirigir una nueva revista de servicios funerarios y, aunque al principio me parecía imposible tener temas para todos los meses, resultó que era un mundo muy amplio... y ya vamos por el número 91. Después propusimos a Radio Nacional el programa "Polvo eres" y ahora fue la editorial La Esfera de los Libros la que me propuso hacer este libro, a lo que accedí encantado.

–Y eligió 13 sepultureros.

–Recorrí toda España en busca de los cementerios y sepultureros más singulares y luego tuve que hacer una selección. Me quedé con 13, un guiño contra la boba superstición.

–Tres de ellos son gallegos. ¿Qué nos puede contar del matrimonio encargado del Cementerio Naval Británico de Rubiáns?

–El matrimonio gallego que forman Ramón Rebolo y Emérita Mouriño se encargó durante años de cuidar el Cementerio Naval Británico de Rubiáns, en Villagarcía de Arousa. Ramón y Emérita no han enterrado ni un solo cadáver, pero el año pasado Ramón recibió la medalla de la Commonwealth War Graves Commission de la Embajada de Reino Unido en Madrid. La historia arranca el 10 de noviembre de 1890, cuando un crucero de tercera clase de la Royal Navy naufragó frente a la costa gallega y dejó 172 víctimas. Aquel cementerio se consagró únicamente para acoger a las víctimas. Tras su padre, Ramón y su mujer se encargaron de mantener en las mejores condiciones el cementerio.

–El que no para de enterrar es el responsable del cementerio de Cedeira.

–Casimiro Rodríguez Leonardo es un enterrador curioso porque es autónomo y ejerce la profesión a la antigua usanza en humildes cementerios de la Costa da Morte. Es un caso raro que no se da en otros puntos de España; le llaman las familias y negocian con el cura. El pobre hombre a veces se las ve y se las desea para atender hasta tres entierros en un día y dice que lo más complicado es trabajar en Doniños, donde se sigue enterrando en tierra y la separación entre muertos es mínima, por lo que al cavar hay que tener cuidado con no dar a la caja de al lado. Lo cuenta con mucha gracia.

–De hecho, el libro no es nada negro y tiene un toque de humor.

–Los sepultureros tratan con la muerte de forma natural y, aunque conviven con el dolor diario de los familiares, también saben atender pedidos estrafalarios y lanzar mentiras piadosas cuando los afligidos se empeñan en encomendarle el cuidado del muerto: ¿Estará cómodo verdad? ¿Le importa ponerle el móvil cerca? ¿Se pasará usted por aquí por si necesita algo?

–En el cementerio de Lugo se encontró con la poesía.

–Sí, en el cementerio de San Froilán conocí a su director, Serafín Saavedra. Ha conseguido un camposanto repleto de arte y poesía que, en 2009, entró en la Asociación de Cementerios Singulares de Europa y tiene una ruta de visitas guiadas. Con mimo, lo ha llenado de flores y cuidado sus jardines y la gente pasea tranquilamente por allí.

–¿Cómo ven los sepultureros su futuro?

–Hay 300.000 muertos al año así que son unos trabajadores muy necesarios. Comentan que cada vez se llora menos en los cementerios y las visitas también se espacian más. Por su parte, ellos coinciden en que no quieren ser enterrados, prefieren la incineración después de lo que han visto al desenterrar a un muerto muchos años después.