-¿No da yuyu ser la voz de la muerte para muchos oyentes?

-¡Yo no soy la voz de la muerte! Yo sólo soy una periodista que cuenta cosas de las que nadie se ocupaba antes. La muerte ha sido un tema que a la gente le daba eso, yuyu, y ha sido tabú porque se han encargado de que la viéramos así. Pero ni me considero la voz de la muerte ni tengo ningún interés en serlo [risas]. A mí, en realidad, este tema me atrajo porque me gusta la historia, y detrás de los muertos hay mucha historia. Luego eso derivó en un interés por los servicios funerarios y los ritos en cada país.

-Ha sido un tabú muy ligado a la religión.

-Sí, las religiones han monopolizado la muerte. En España, hasta el siglo XIX, todos los enterramientos se hacían en la Iglesia. La muerte ha estado en manos de la Iglesia católica hasta que se empezaron a crear los cementerios municipales, con gran cabreo por parte de la jerarquía, porque dejaba de ingresar mucho dinero. Ellos gestionaban la muerte. De hecho, de los 17.000 cementerios que hay en España, aún quedan 9.000 camposantos parroquiales, propiedad de la Iglesia. En su mayoría, son los cementerios menos cuidados.

-¿El humor es un profiláctico para hablar de la muerte?

El humor es un profiláctico para todo, para esto también.

-Pero usted lo usa mucho.

-Sí, yo he tenido cierta retranca desde siempre. Cada uno tiene el carácter y la pluma de una manera. A mí siempre me ha salido un poco de acidez, y en el caso de la muerte viene muy bien. Nunca pretendo buscar el chiste ni forzar el humor, pero hay situaciones que llevan el humor implícito. Por ejemplo, la del rey Jaume I. Sus restos en el monasterio de Poblet los llevan, los traen, los desparraman con la desamortización y, después, aparecen dos cráneos en la tumba y no se sabe cuál de ellos es el auténtico. Si no te ríes de eso. A esos muertos históricos es, sobre todo, a lo que me he dedicado. A las “tanatografías”.

-Usted se confiesa necrófila.

-Sí, pero con la primera acepción del diccionario: persona interesada en determinados aspectos de la muerte, y esos aspectos son el arte, la historia, los ritos, la cultura, las costumbres sociales. Ésa es mi parte necrófila.

-¿Y esa afición está más generalizada?

-Sí, hay mucha gente interesada en ello. Pero los españoles -porque se nos ha enseñado a dejar los muertos en el cementerio y no volver a verlos hasta el 1 de noviembre- no tenemos una cultura cementeril. Ahora bien: los mismos que rechazan visitar cementerios en España, cuando van a París visitan los cementerios de Père-Lachaise y de Monmartre, cuando van a Génova visitan el cementerio de Staglieno, y en Londres van al Highgate.

-No me creo que, todo el día hablando y leyendo sobre la muerte, usted no piense en su propia defunción.

-No, no pienso en ella. Y si pienso en ella, como hacemos todos los humanos, destierro el pensamiento. A mí la muerte me entristece como a cualquiera. No soy nada especial.

-¿Los cementerios han perdido la partida en el siglo XXI?

-Al contrario: están volviendo a la vida. Ya hay una veintena de ellos incluidos en la Ruta Europea de Cementerios Históricos, que ha sido designada itinerario cultural europeo. La gente está empezando a descubrir que los cementerios son unos sitios llenos de historia y de arte que hay que visitar y cuidar.

-Pero, ¿y las incineraciones?

-Hay mucha gente que esparce las cenizas, pero también hay muchísima gente que esas cenizas las lleva a los cementerios.

-Entre el velatorio de lágrima y rezo enlutado o el aséptico tanatorio, ¿qué elige?

-Puf. No lo sé. El tanatorio es un recinto necesario y es una forma de sacar la muerte de casa. Hasta los pueblos están construyendo tanatorios a marchas forzadas. A mí, personalmente, si le ocurriera algo a mi madre no me gustaría hacerle un velatorio en casa. Recurriría a un tanatorio por comodidad. De hecho, España, en comparación con otros países, tiene unos servicios funerarios muy buenos en cuanto a recintos, calidad del personal y técnicas de tanatopraxia.

-¿Qué muerte le ha gustado más contar?

-De las más entretenidas son las de Cristóbal Colón y Evita Perón. La de Evita Perón, porque estuvo veintitantos años dando tumbos por el mundo porque era un cadáver muy incómodo políticamente y nadie lo quería. La de Colón me gusta porque hizo cuatro viajes a América en vida, y luego acabó viajando más después de muerto, porque hizo cinco.

-¿Qué pediría al sector funerario?

-Que respeten más la libertad de culto de los muertos. Este es un país aconfesional y ya se ha acabado que en todos los féretros planten una cruz, porque hay algunas familias que lo pasan realmente mal al querer un enterramiento laico. Ahora, el cura ha de venir cuando se le llama y el féretro tiene que llevar cruz cuando se pida, pero no de antemano. Las funerarias tienen que empezar a preguntar cómo quieren el entierro y no darlo por hecho.

-¿La muerte se ha de hacer más laica?

-La muerte se está haciendo más laica por momentos. No olvides que la incineración era pecado mortal hasta 1964. Pero hemos llegado a un momento en que las criptas de las iglesias se están convirtiendo en columbarios para recibir cenizas. En 40 años, la Iglesia ha pasado de catalogarlo como pecado mortal a vender columbarios a 3.000 euros.