Su abuelo era barbero y tocaba la tuba; su padre, trompetista, hizo la mili en Vigo tras la guerra, en la banda de música del cuartel de Barreiro; él estudió piano y tuvo la orquesta de su padre como banco de pruebas para su irrupción musical en aquella rica Cataluña de los años 60 donde los de su quinta se foguearon en cabarets y salas de fiesta, en el Hot Club y las jam sessions... Su trabajo como compositor ha sido fundamental en la obra de cantantes como Alberto Cortez y Serrat, del que ha sido pianista y director musical muchos años. Estuvo en Vigo para dar un seminario en Mayeusis, invitado por la Cátedra de Música Moderna que dirige Claudio Gabis.

–Aquellos tiempos de la Nova Cançó de su juventud...

–Inolvidables, muy ligados a la canción francesa. Yo me di a conocer en el Jamboree Jazz Club de Barcelona, un lugar de novela donde me inicié con el vibráfono y la trompeta, pasando a ser pianista del club en 1968. Era devoto de Tete Montoliú, del que fui hasta lazarillo.

–Ese fue el año del comienzo de su idilio con Serrat.

–Bueno, idilio... Fue una fructífera relación profesional en la que hubo sus paréntesis. Me lo presentó Pi de la Serra, al que yo le estaba arreglando su primer disco, aunque medió también Tete Montoliú.

–¿No le ha vampirizado su propia imagen?

–Serrat es un puntal de la música tradicional española, un compañero y amigo, y una persona muy divertida y generosa. Él vive en Barcelona y yo hace 40 años en Madrid, pero nos juntamos cuando es menester. No me ha vampirizado porque en mi historial hay muchas experiencias ajenas a él, desde la música para más de veinte películas a mis trabajos con Alberto Cortez, Pablo Milanés, Soledad Bravo... Pero solo trabajar con él ya es un trabajo de alto rango y muy digno.

–¿Cómo ve usted la relación entre música y nacionalismo?

–Los músicos profesionales siempre mantenemos cierta distancia crítica respecto a nacionalismos a ultranza, pero el nacionalismo musical está sobradamente documentado en la historia.

–Serrat mismo empezó en la Nova Cançó...

–Pero pronto se dio cuenta de que la difusión exigía el castellano y que somos bilingües. Albéniz y Granados son catalanes pero su música es auténticamente española; Mompou, otro catalán, hace una música de inspiración francesa.

–Para muchos, usted es el alma sonora de Serrat, a usted se le debe el sonido "serratiano".

–Eso es un halago pero tiene sus inconvenientes. En una ocasión, al arreglar alguna canción para otros artistas me pusieron pegas diciendo que estaba muy bien pero sonaba mucho a Serrat. Mire, él hacía sus canciones con su guitarra, tiene un talento innato para crear. De esa base partíamos.

–Habrá vivido con él muchas anécdotas...

–Para un libro. Por ejemplo, estábamos en 1970 en el teatro Carlos III y en la canción Cantares, justo en el trozo de "golpe a golpe", se cayó al foso. Eso sí, Serrat continuó cantando desde ahí abajo, como si nada hubiera pasado.

–¿Cuál fue su relación con Pi de la Serra?

–Yo estaba en el jazz y el movimiento de la Nova Cançó llegó a mi entorno por medio de él. El jazz nunca dio mucho dinero. Fue quien me otorgó su confianza al principio de mi carrera, encargándome su primer disco.

–¿Y con Alberto Cortez?

–Estuvimos diez años juntos, sobre todo por Latinoamérica. Lo recuerdo con mucho cariño, como un gran compositor que tiene una voz privilegiada. De lo que hice con él lo que más me placer son sus cinco discos de "Canciones desnudas".

–Pablo Milanés también estuvo en su vida.

–Me contrató para un disco en La Habana y me abrió la puerta para grabar con los grandes cubanos, como Arturo Sandoval.

–Oiga, ¿qué piensa usted de la polémica de los derechos de autor en Internet?

–Tendremos que buscar un nuevo equilibrio entre una y otra tesis enfrentadas, pero está claro que, con o sin canon digital, quien crea debe cobrar. Por de pronto, ha afectado mucho al mundo de la música. Ser músico en este país empieza a ser heroico aunque a mí no me ha afectado.