Jamás sabrán por qué hace 32 años, a las cuatro y media de la tarde de aquel 10 de abril de 1979, sus vidas cambiaron para siempre. El exceso de velocidad, la distracción, el diseño del puente de Santa Cristina de la Polvorosa (Zamora)… El orden de los factores no altera la suma: la fatalidad. Tres décadas después siguen las cicatrices abiertas de una herida sin cura, pero ahora podemos desvelar algunos aspectos desconocidos de aquel maldito accidente que segó la vida a 49 personas, 45 niños de entre doce y catorce años y tres profesores del colegio Vista Alegre de Vigo y el conductor del malogrado autocar, marca Pegaso, que topó con el pretil del viaducto se encaminó al precipicio de las aguas del Órbigo.

Aquel Martes Santo, la rápida actuación de dos vecinos de Santa Cristina permitió sacar de las aguas del río –seis veces por encima de su caudal– a nueve niños y a un soldado, Juan Antonio Arias, que el azar quiso embarcar en aquel autobús. La fortuna, dentro del infortunio, dejó nueve testigos de la tragedia, nueve alumnos de EGB del Colegio Nacional Vista Alegre. "No colaboramos en este asunto", responden desde el centro escolar a la llamada de este diario, reacción que da fe del daño que puede causar una tragedia, aún tres décadas después.

Algunos de aquellos niños del Órbigo que hoy son adultos si atienden el teléfono, aunque prefieren dejar el ingrato recuerdo de aquel accidente enterrado en las aguas de Santa Cristina. Es mucho el dolor causado y aunque una parte de los supervivientes de la tragedia aún hoy se reúnen de manera periódica con sus compañeros del colegio en Vigo, otros mantienen las formas cuando se encuentran por la calle, pero prefieren dejar sus sentimientos en la caja negra de aquel siniestro.

Su vida cambió para siempre y, quizá aún desconocen por qué aquella tarde, después de comer en Benavente, el camino hacia Vigo tras disfrutar de su excursión en Madrid, el regreso por la antigua carretera comarcal 650 acabó en las aguas del Órbigo, donde el estallido de las lunas del autobús contra el fondo del río despidió a los únicos supervivientes del accidente. A cero grados, las 59 ocupantes del vehículo se trasladaron en segundos a la más profunda de las noches. "No se veía nada", apuntaban los niños que sortearon su destino. Sólo eran capaces de percibir los cero grados del agua, de los 300 metros cúbicos por segundo que circulaban por Santa Cristina, procedentes del embalse leonés de Luna, que cerró las compuertas tan pronto fueron avisados los responsables de la Confederación Hidrográfica del Duero de la tragedia. Las lluvias de las últimas semanas en la provincia habían provocado que el río Órbigo se "hinchara" hasta el extremo de ser el más fiel aliado del desenlace fatal.

Sólo fueron nueve niños los que vivieron para contarlo, o callarlo. Amén del soldado Juan Antonio Arias, que había dejado La Línea de la Concepción para subir en el autocar rumbo a Vigo y pasar en su tierra natal las vacaciones de Semana Santa. Fue el único adulto que esquivó el destino, tras salir despedido del interior del vehículo, dejarse llevar por la corriente y agarrarse a los arbustos de la orilla, secuencia de la que fue más que consciente a tenor de su testimonio en el Hospital Comarcal de Benavente.

Tras tratar a los supervivientes, el centro de salud recibió los cadáveres de los 49 fallecidos a lo largo de las tres semanas siguientes, periodo que duraron las tareas de rescate llevadas a cabo por los cuerpos locales, con la ayuda de los submarinistas de Cartagena, A Coruña, Barcelona o Vigo, los miembros de la empresa Ensidesa, los zapadores de Salamanca, los piragüistas de Zamora o los pescadores de Cangas de Morrazo. Sus labores, necesarias, no salvaron vidas, pero sí contribuyeron a aliviar el inmenso dolor de los familiares, cuyas vidas también cambiaron con una llamada, en un segundo.