En la víspera del día del Apóstolo del año 1950, entraba en la linotipia de FARO DE VIGO el primer artículo periodístico de Álvaro Cunqueiro para el que llegaría a ser el decano de la prensa. Iniciaba una nueva etapa como periodista que lo llevaría, entre febrero de 1965 y julio de 1970, a ser director del diario. Durante esos 20 años en FARO, cosechó premios como el Nadal, innumerables peleas de amigos con José María Castroviejo y más que una diferencia con el alcalde Rafael J. Portanet; pero ante todo sembró multitud de amigos entre la sociedad viguesa de entonces y los trabajadores del periódico.

Fueron sus años como director los que dejaron huella entre los empleados que calificaron su mandato como “un día irradiado de sol” frente a las jornadas “nubladas” de sus antecesores, no porque fuesen peores, sino porque a Cunqueiro le sobraba don de gentes, alegría campechana y preocupación por los suyos. Y los suyos eran la redacción y el taller del periódico.

Braulio Pérez Quiroga, quien entró en el periódico el mismo día que fallecía Kennedy, recuerda bien aquel ambiente familiar y de camaradería que don Álvaro supo crear en FARO. “En más de una ocasión”, recuerda este trabajador ya jubilado del diario, “llegaba por la mañana y decía ‘venga, vamos todos a comer’ y nos llevaba al Berbés”, donde con frecuencia se sumaban al convite el presidente del Círculo Mercantil y otras personalidades de la época.

Era con Braulio Pérez y con José Luis Larrañaga con los que el autor de Merlín e familia solía tomarse su limonada con tónica junto al Fraga. Era uno de sus lugares preferidos, como también lo era la taberna de Eligio (la misma donde el personaje Leo Caldas de Domingo Villar acude y que ahora sigue gloriosa bajo la sede viguesa del Colegio de Arquitectos). Entonces, en los años 60, el Eligio se encontraba bajo el ya desaparecido “Pueblo Gallego”. Periodistas de este diario y de FARO confraternizaban entre albariños.

Por las noches, tras el cierre que algunos viernes podía llegar a las dos de la mañana esperando por el teletipo con información ampliada del Consejo de Ministros del Régimen, que era “obligatorio” publicar, algunos de los trabajadores de FARO buscaban cena en el Berbés o en el también mítico Bayona de Pobladores donde acababan artistas como Lola Flores cuando llegaban a la ciudad.

La conexión con Cunqueiro reside en que a veces las gamberradas de algunos de sus trabajadores obligaban a la Policía a llamar al director para dar cuenta de que alguno de sus empleados se encontraba en comisaría. Don Álvaro, como aún lo llaman, intercedía por todos, a excepción de ocasiones contadas en las que, hastiado de tanta juerga, espetaba por teléfono: “Déjelos ahí”; en el calabozo, quería decir.

Premio Nadal

Otra fiesta imborrable la recuerda Braulio Pérez en el homenaje celebrado en el Hotel Samil cuando, en 1968, Cunqueiro recibía el premio Nadal por Un hombre que se parecía a Orestes, celebración a la que asistió el gobernador civil de la época.

En otras ocasiones, la diversión se vivía debido al propio ambiente del periódico. “Era un poema ver a Cunqueiro y a Castroviejo en pelea”, señala Braulio Pérez. El fotógrafo también retirado Magar le da la razón recordando cómo discutían porque Castroviejo ocultaba páginas de periódicos antes de que Cunqueiro llegase a leerlas. Este último se volvía colérico y amenazaba al primero con dejar de ser su amigo. Finalmente, “volvían siempre”, recuerda Mari Carmen Treus, extrabajadora de FARO.

No obstante, fue con Magar con quien Cunqueiro realizó, en 1962, el Camino de Santiago en un Seat 600 que conducía Raimundo Sastre. Tenían que salir de Vigo a las ocho de la mañana. Magar llegó tarde por una indisposición en el estómago que lo torturó durante la travesía hasta que Cunqueiro mandó parar en Palas de Rei donde un amigo farmacéutico le dio al fotógrafo el remedio, “unas pastillas que fueron mano de santo”, recuerda.

Para Magar, recordar a Cunqueiro es ver a“una persona que fue un gran promotor del Camino de Santiago, una persona de buen comer y beber que siempre tenía anécdotas. Con él, aprendí el gallego que sé. Siempre que salía del despacho del periódico para contar algo lo hacía en gallego”.

Don Álvaro, no obstante, a veces abandonaba su despacho para gritar. “Era su primer día como director. Yo tenía 17 años”, recuerda Carmen Treus, “y estaba cargando paquetes de papel, cargaba de seis en seis. Oí que se abría una ventana y vi a Cunqueiro regañándome porque iba tan cargada. Mis otras compañeras llevaban un paquete. Era una persona que lo tenía todo. Cuando me casé, me regaló Un hombre que se parecía a Orestes dedicado y un obsequio con el que conocí San Sebastián”.

La poeta María do Carme Kruckenberg tampoco lo olvida, Cunqueiro le dio su primer papel en el teatro cuando tenía 12 años interpretando a un gato. “En cuanto me vio, era la primera vez que nos veíamos, dijo: ‘O gato é ela’”. De esta manera, Kruckenberg entró en la obra Érase una vez, de Los músicos improvisados de los Hermanos Grimm.

Carme;Silvia Martínez (en el papel de la Tradición); Emilio Quicler (Cantaclaro) y Lolita Álvarez (Lucero) tuvieron los papeles principales de la obra, cuyo libreto y fotos aún guarda la escritora, que seguiría manteniendo el contacto con Cunqueiro durante su etapa en FARO.

En este diario, Kruckenberg colaboró durante doce años, once escribiendo en castellano y uno en gallego, ofreciendo una página de moda y un recuadro sobre literatura. “Cuando era director, aprovechaba cuando él estaba en la redacción para dejar mi página y así poder hablar con él”, recuerda una persona que asegura no haber tenido nunca ningún encontronazo por causas periodísticas con don Álvaro, salvo en una ocasión.

“Una vez no me publicó una cosa políticamente incorrecta. Trataba del padre del actual rey. En una visita a Portugal para ir a la feria, compré un periódico francés en el que se informaba de una reunión en París entre él y los represaliados. Como ese tema estaba prohibido en aquella época en la prensa española, Cunqueiro me dijo: ‘Esto no te lo puedo pasar; se me caería el pelo’. En el artículo no daba nombres, simplemente juntaba palabras, pero me dijo que no”.

Casi 50 años después de aquella anécdota, Kruckenberg reconoce con una foto de un joven Cunqueiro en la mano dedicada a ella (“Para chuchi, para que me recuerde así”, se lee en el ‘envés’): “¡Qué razón tenía!”.

“Días antes de morir -reflexiona- lo visité en su casa de la calle Marqués de Valladares (Vigo).Tomaba el desayuno en una mesa pequeña. Estaba su hermana cuidándolo. Era el 10 de enero. Hablamos de literatura, como siempre. Charlé con él sin pensar que pocas semanas después moriría”. Él fallecía un 28 de febrero de hace 30 años.