El general Amadeo Balmes Alonso, comandante militar de Las Palmas, dispuso el 16 de julio de 1936 el reconocimiento en el campo de tiro de La Isleta de “las pistolas que se encontraban a cargo de la Sección de Destinos”. El desenlace del hecho luctuoso sigue así: “Dicho señor (el general Balmes) cogió unas pistolas que llevaba en su automóvil y comenzó a probarlas acercándose el soldado Manuel Escudero, al sitio donde llegaban los impactos, y una vez que el general probaba la tercera pistola como se encasquillase empezó a manipular con ella teniéndola apoyada en el cuerpo en cuyo momento se disparó causándole la muerte por herida en el vientre a quemarropa, según diligencia de autopsia”. Franco no hubiese podido subirse en el Dragón Rapide sin aquel tiro que cambió la historia de España.

El relato es parte de la respuesta que recibió en 1937 Julia Alonso-Villaverde Moris, la viuda del general Balmes, relativa a su petición de que “se le concediese la pensión equivalente al sueldo entero que percibía el finado por entender que falleció en acto de servicio”. El pliego militar, rescatado por Pedro Medina Sanabria, concluye que dicha petición debe ser desestimada.

La conspiración

El historiador Ángel Viñas, estudioso de la guerra civil y el golpe de Estado de Franco, anunció hace unos días en Madrid que trabaja en la redacción de un libro con Las Palmas de Gran Canaria como centro del golpe de Estado de Franco.

El libro se centra en la conspiración, y en la misma alcanza un perfil protagónico la muerte del general Balmes. El historiador se adentra en su relación con su compañero africanista, el futuro Caudillo, y reconstruye qué pasó en La Isleta el 16 de julio de 1936. ¿Cometió una imprudencia el curtido militar? Viñas no adelanta cuáles son sus pruebas, pero sí afirma que el golpe de Estado empezó aquel día. “Una muerte providencial”, afirmaron siempre los hagiógrafos del dictador.

Vuelve a hablar la investigación militar, el argumentario a la viuda: “La forma y circunstancia que ocurrieron los hechos expuestos, no encajan a juicio de la Sección, en el decreto que se invoca por la solicitante por dos razones: la primera porque la experimentación y comprobación del arma técnica y oficialmente solo correspondía al jefe de Artillería y al maestro armero que fueron designados, y lo que después de estos señores se hiciera con las armas era solo una experimentación no oficial, pero aun no estimándose tal razonamiento y considerándose reglamentaria la prueba que realizaba el general Balmes, es evidente que medió imprudencia en la víctima al colocar sobre su vientre una pistola encasquillada”.

Francisco Franco Bahamonde, comandante militar de las Islas Canarias, estaba en el cuartel general de Tenerife vigilado por los agentes de la República dada su catalogación de conspirador. La muerte de Balmes no sólo le sirvió como pretexto para viajar a Gran Canaria para presidir el entierro.

Sergio Millares Cantero (Viñas presentó su libro Negrín y Canarias durante la guerra civil), sostiene que la nueva obra del investigador va a aclarar la falta de afinidad entre Balmes y Franco. “Ambos eran africanistas, pero no pensaban igual sobre la República.

Balmes, además, se había insertado muy bien en la Isla, con muchos amigos, sobre todo en el mundo del deporte”, afirma el colaborador del autor de Pablo de Azcárate. En defensa de la República. Con Negrín en el exilio (2010).

El secreto del campo de tiro de La Isleta quedó apagado el 18 de julio por el rugido del motor del Dragón Rapide, que calentaba motores desde el día 15 en Gran Canaria. Despegó hacía una historia más conocida que la del general Balmes.