Y en la pantalla salió una bomba. Todo iba sobre ruedas para Apple (el éxito imparable del iPad, el vertiginoso nivel de ventas de la tienda de aplicaciones...) cuando la noticia puso patas el universo informático: Steve Jobs se retira momentáneamente por motivos de salud. Nuevamente. Por tercera vez. La debilidad del genio que inventó el primer ordenador personal volvía a aparecer dejando en el aire preguntas sin respuesta: ¿qué sería del gigante Apple sin el cerebro de su creador (primero) y salvador (después)? ¿Son sus dolencias tan graves que obliguen a mirar el futuro sin el hombre que revolucionó el mundo de la informática, del cine de animación y de la telefonía móvil? El mutismo de la compañía, como era de esperar, es absoluto. Candado y altavoces silenciados alrededor de un visionario, una fiera de las finanzas, creador que se mueve entre el arte y la ciencia, un maestro de marketing.

Esta historia empieza en San Francisco, 24 de febrero de 1955. Ese día vino al mundo Steven Paul Jobs, y no fue una llegada convencional. Sus padres eran dos estudiantes universitarios que entregaron a su hijo en adopción a Paul y Clara Jobs. En 1961 la familia fue a Mountain View, ciudad en la que la industria de la electrónica empezaba a tener una importancia fundamental. El interés del joven Jobs por ese sector no tardó en manifestarse, y decidió entrar en el "Hewlett-Packard Explorer Club", en el que los ingenieros enseñaban sus nuevos productos. Fue un flechazo: con solo doce años, Steve vio por primera vez una computadora y decidió: esto es lo mío.

Que Jobs no estaba llamado a seguir una senda fijada en los estudios quedó claro cuando abandonó los estudios universitarios. Necesitaba aprender de todo y de todos, y no siempre de los libros. Jobs Esponja. Merodeó las drogas y se acercó a la filosofía y la contracultura. Intrigado y ávido de experiencias, viajó a la India para llenar su disco duro de vivencias espirituales.

Jobs volvió al mundo real y en 1974 fue contratado por Atari para diseñar videojuegos. Fue una época trascendental pues conoció a su primer socio, el ingeniero Stephen Wozniak, Woz para los amigos. "Wozniak era el chico hardware; sus elegantes diseños de los circuitos del Apple I todavía impresionan a los ingenieros. Y Jobs era el chico marketing, que se daba cuenta de que lo que Woz producía se podía vender", escribió el periodista Scott Rosenberg.

Como si de una película de Hollywood se tratara, ambos se reunían en un garaje para maquinar su primera genialidad: el Apple I. Había nacido el primer ordenador personal de la historia. Jobs se dedicó a vender su criatura entre aficionados, tiendas y ferias de electrónica. Logró colocar 200 unidades.

Dos años después, los amateurs pasaron a ser empresarios. Vendieron una furgoneta y con el dinero fundaron Apple Computer. ¿El nombre y el logo? Según algunos, un guiño a su fruta favorita. Según otros, un brote nostálgico del joven Steve, que recordaba así los días en los que trabajaba en la recolección en Oregon.

La manzana mordida creció. El Apple II apareció en 1977 y fue un bombazo. La nueva empresa se disparó. En 1980 asomó la cabeza en Bolsa y los hicos del garaje nadaron en oro. Para entonces, el gigante IBM había lanzado su primer ordenador personal, PC, y Jobs se dio cuenta de que necesitaba reforzarse. Fichó para la presidencia al presidente de PepsiCo., John Sculley, alguien que supiera de negocios con mayúsculas. "¿Quieres pasarte el resto de tu vida vendiendo agua con azúcar o quieres cambiar el mundo?", le preguntó Jobs.

El 24 de enero de 1984, Jobs enseñó al mundo el primer ordenador comercial con interfaz gráfica de usuario: el Macintosh. Era el primero que trataba de tú a tú a la gente. Lo enchufabas y listo. Lo que ves es lo que tienes. Relojitos para la espera, bombitas para anunciar problemas. Mac era más que un ordenador: era una forma de vivir. Sencillez, diversión, rebeldía.

El Mac se puso de moda pero el PC compatible con todo arrasaba. El tradicional y lineal Sculley poco tenía que ver con la forma de actuar de Jobs, tan carismático como déspota según sus críticos. Tampoco sus relaciones con Wozniak pasaban por un buen momento. "Steve puede ser un tipo insultante y muy dañino", dicen que dijo Wozniak, quien, tras sufrir un accidente de aviación que le hizo replantearse la vida, se fue en 1985. No fue el único. Cuando Sculley quitó poderes a Jobs, éste se fue para crear Next Step Inc. Vendió sus acciones salvo una para seguir bien informado.

Jobs adquirió por 5 ó 10 millones de dólares (las cifras varían según la fuente) a George Lucas el área de animación de Lucas Film y puso la primera tecla para el nacimiento en 1986 de Pixar, los Estudios de Animación que cambiarían la interfaz del cine animado. Pero el amor de Jobs por las computadoras seguía intacto. NextStep lanzó un ordenador original e innovador, pero de nuevo su elevado precio y la incompatibilidad con casi todos los sistemas se tradujo en malas ventas.

El cine le daba lo que le quitaba la informática. En 1995, Pixar (bajo las manos maestras de John Lasseter) puso butacas arriba las salas con "Toy Story", una obra maestra que se convirtió en el primer largometraje salido en su totalidad de un ordenador. Arrasó en taquilla y se llevó un Oscar. En 2006, tras años de guerra semiabierta, la Disney compró todas las acciones de Pixar por 7.400 millones de dólares y Jobs pasó a ser el mayor accionista individual de la compañía de Mickey Mouse.

El declive de Apple sin su creador coincidía con el auge de los ordenadores IBM "armados" con el sistema operativo Windows, de Microsoft, del que las malas lenguas decían que era una copia del Macintosh. Así nacía una guerra de tintes legendarios entre dos genios muy distintos, entre dos titanes muy distantes: Steve Jobs y Bill Gates.

En 1996 Apple dobló el espinazo y adquirió Next para actualizar el obsoleto sistema operativo de los Macintosh, lo que significada de facto el regreso del hijo prodigioso a la empresa que había creado, aunque esta vez con un cargo menor de asesor interino. Cargo, por cierto, sin remuneración. Estaba claro que era una jugada estratégica de Jobs, que sólo tuvo que esperar a que el presidente tirase la toalla para volver a ocupar el puente de mando.

Y ya nada volvió a ser igual. En agosto de 1997 se firmó un acuerdo con el hasta ese momento hostil Microsoft para que ésta inyectara 150 millones de dólares en Apple. Como buen estratega, Jobs cerraba frentes para concentrarse en lo que realmente le interesaba: abrir nuevos caminos, innovar. Crear. En 1998 lo hizo realidad con el iMac, un ordenador personal compacto y transparente, que ofrecía una estética colorista irresistible y distinguida y ofrecía la posibilidad de navegar por Internet. Y, sobre todo, daba un toque de distinción. Bingo.

Todo lo que tocaba Jobs se convertía en oro. Sacó el reproductor de audio iPod y barrió. Lanzó nuevos iMac y arrasó. Puso en marcha la tienda digital de música iTunes y los más escépticos se tragaron sus dudas. Se atrevió con la telefonía móvil y el mercado tembló con su iPhone. Y cuando todos apostaban por los notebook, se sacó de la chistera la tableta iPad y los demás volvieron a quedarse con la boca abierta. Pero en 2004 llegó el mazazo. Cáncer de páncreas. Jobs lo deja todo. Tras un tratamiento aparentemente exitoso en una clínica oncológica californiana, regresa más delgado pero con el mismo ímpetu. A comienzos de 2009, un desequilibrio hormonal vuelve a mandarlo a talleres. En abril se somete a un transplante de hígado y tras el verano retoma el mando, que volvió a dejar el pasado 17 de enero.

"No quiero morir", exclamó Jobs en su celebrado discurso de apertura a la generación 2005 de Stanford. "Y aún así, la muerte es el destino que nos espera a todos", añadió. Genio y figura que echa por tierra la famosa frase de Francis Scott Fitzgerald: "No hay segundas partes en las vidas americanas". El iPresidente Jobs, que sólo cobra un dólar simbólico al año, lleva ya unas cuantas.