La primatología parecía cosa de mujeres en la década de los setenta del siglo pasado cuando Jane Goodall, Diane Fossey y Biruté Galdikas destacaban en el panorama de la especialidad entregada cada una de ellas al estudio de una especie distinta. Las tres trabajaban al amparo de Louis Leakey, patriarca de una familia que colocado su apellido junto a muchos de los hitos de la paleontología en el último medio siglo.

Leakey trataba de desandar el camino evolutivo de los humanos, de conocer lo que habían sido sus ancestros a través del estudio del comportamiento de especies con las que estamos emparentados. Jane Goodall, premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica en 2003, centró su estudio en los chimpancés de la reserva de Gombe, en Tanzania, mientras que Diane Fossey lo hizo con los gorilas de las montañas Virunga, entre Ruanda y el Congo. Biruté Galdikas, la más joven de las tres y la última en llegar, se dedicó a los orangutanes de Borneo.

En los tres casos, lo que comenzó como una labor científica terminó en lucha por la protección de especies amenazadas por el hombre, una defensa con resultados dramáticos en el caso de Fossey, asesinada en 1985 presumiblemente por cazadores furtivos. Las tres abrieron el conocimiento a parientes con distintos grado de lejanía. De los chimpancés nos separan en torno a seis millones de años de andadura alejados unos de los otros, período en el que nuestros respectivos genomas divergieron apenas un 1 por ciento. Hace unos diez millones de años nos distanciamos de los gorilas y hace unos 12 de los orangutanes, cuyo genoma compartimos en un 97 por ciento, según la investigación dada a conocer en "Nature" esta semana y en cuyo desarrollo participó el equipo español que dirige Carlos López Otín.

El lenguaje distanció a los hombres de los orangutanes, que decidieron subirse a los árboles para huir de los hombres, según la leyenda de Borneo que López Otín utilizaba el miércoles pasado para introducir la aportación de su grupo a esta novedad científica. Mientras los primeros dejaban la selva y se organizaban en grupos, los orangutanes disimularon su capacidad verbal para que los humanos no los pusieran a trabajar. El propio nombre común procede del malayo "orang hutan" (persona de los bosques). Y Biruté Galdikas cuenta su experiencia en Borneo en un libro titulado "Veinte años entre las personas tímidas de la selva", lo que acentúa el carácter solitario y silencioso del orangután, el mayor de los mamíferos arborícolas cuya permanencia en la espesura selvática fue marcando unas pautas de comportamiento muy distantes de las de otro primates, a los que el desenvolvimiento en espacios más abiertos, y por ello con mayor exposición a los depredadores, transformó en seres gregarios con una intensa vida en comunidad.

Pero, leyendas al margen. ¿qué fue lo que realmente provocó la divergencia entre los humanos y el resto de los primates con el que compartimos algún ancestro común? La respuesta puede estar en la enfermedades, según expone el bioquímico Víctor Quesada, miembro del equipo de López Otín. La investigación muestra que nuestro sistema inmunológico, junto con el reproductivo, estuvieron sujetos a "una gran presión evolutiva". "Hubo infecciones muy importantes o grandes epidemias, no aisladas ni en un momento concreto, que propiciaron que nuestro sistema inmunológico fuera más activo que el de otros primates. Sobrevivieron los que tenía esa mayor actividad inmunológica, que no supone sólo ventajas porque lleva aparejados los inconvenientes de que requiere más energía y supone para los individuos que la tienen un mayor peligro de enfermedades autoinmunes" explica Quesada. El bioquímico añade: "Fue esa lucha contra los parásitos la que propició cambios genéticos individuales, de los que eran portadores los sujetos más resistentes, cambios que se fueron fijando progresivamente por vía reproductiva hasta entrar en un proceso de especiación. Desde ese momento ya no resultó posible el intercambio genético porque las uniones entre individuos que no compartían esos cambios genéticos eran estériles. Esta es la hipótesis sobre la que trabajamos".

Lejos de nosotros quedaron esos seres lentos, sin apenas interacción social que sobreviven en las selvas de Borneo y Sumatra y en la que la convivencia de machos y hembras se produce sólo en los períodos de apareamiento. Pero seres con gran capacidad de aprendizaje, que han creado una "cultura" propia, son capaces de utilizar herramientas propias para hurgar en los hormigueros o acceder a la miel silvestre y hasta han desarrollado un peculiar lenguaje con el que se despiden al terminar el día.