-¿Cómo descubrió esos versos de Quevedo?

-Cuando hacía la tesis doctoral sobre el teatro de Quevedo me encontré que uno de los problemas era qué pauta de investigación seguir, cómo encontrar documentos del Siglo de Oro que se han conservado pero circulan mucho y pasan por bibliotecas, subastas, librerías de viejo... Y pensé que en Portugal, que había estado anexionado a España, seguramente habría material y la censura de la Inquisición habría sido allí menos severa. La censura en España no fue tan dura como en otros países de Europa pero muchos poemas eróticos o críticos con el Gobierno no resistieron en el resto de España la censura.

-En la biblioteca de Évora se encontró con la poesía de Quevedo que reúne en el libro.

-Yo digo “atribuida” a Quevedo porque el gran problema de la literatura del Siglo de Oro es que el mismo poema se puede encontrar atribuido a distintos autores. El concepto de autor entonces era muy distinto y , además, los libreros muchas veces atribuían los manuscritos a los autores más conocidos para vender mejor los libros.

-¿Y qué hizo?

-Transcribí alrededor de 200 páginas de poemas que no estaban en la poesía completa de [José Manuel] Blecua. Durante ocho meses estuve revisando todo ese material y descartando poemas que en otros manuscritos de otras bibliotecas del mundo atribuyen a otros autores. El mismo poema lo puedes encontrar en un manuscrito atribuido a Quevedo y en otro, a Lope de Vega o a Góngora. Fue un curro...

-Cribar esas 200 páginas...

-Claro, porque como no es una ciencia exacta, los que parecía que eran... ¡Ojalá lo fuera! Ahora se está perfeccionando un software para analizar el estilo del autor. Dicen que el estilo de un autor está más en la sintaxis que en el léxico que utiliza. En Gran Bretaña lo están probando con Shakespeare.

-¿La informática es una herramienta fundamental para el filólogo?

-Claro. Ahora estoy trabajando en un proyecto para una universidad de EEUU que se llama Manos Teatrales, con Margaret Greer, y es pura ciberpaleografía. Analizo la letra de los escribas del teatro y algunos textos autógrafos de autores. Margaret Gree es experta en Calderón y siempre me habla de la “s” calderoniana. Es divertido.

-Decía que la sintaxis es más importante que el léxico...

-Pero en Quevedo es muy importante el léxico: se inventa palabras, es un genio de los neologismos. El Diccionario de la Real Academia incorporó muchas de sus palabras. También hay concordancias históricas, de vocabulario, imágenes y sintaxis con el resto de su obra. Es una aventura, tienes que coger las piezas y encajarlas en el puzle. Lo más fascinante es que todo esto no deja de ser un trabajo de asociación de ideas.

-¿Los expertos académicos en Quevedo le dieron la bendición?

-Yo hice este trabajo directamente para la editorial Libros del Silencio, porque ya no estaba en la Universidad. Después de doctorarme, se lo propuse a la editorial porque no tenía un duro.

-Su tesis había sido también de Quevedo, sobre su teatro.

-Sí y, buscando teatro, encontré poesía. El manuscrito de Évora lo encontré hace cuatro años, y decidí dejar esta parte aparcada hasta acabar la tesis. Tuve la bendición de Pablo Jauralde, que es el mayor experto actual en Quevedo, un sabio y una persona maravillosa. Me corrigió el libro y me recomendó ser cautelosa, por eso digo ‘poesía atribuida’. Creo que puse mi grano de arena en la investigación y quiero que se revise el trabajo.

-También encontró 2 cartas.

-Sí, dos cartas autógrafas e inéditas, también, que estaban en el Archivo de la Corona de Aragón.¿Por qué las encontré? Porque soy de Barcelona y no creo que nadie que investigue a Quevedo busque en Barcelona, antes va a Madrid.

-¿Cómo fue?

-Cuando me planteé ir a buscar directamente a los fondos, a las bibliotecas los textos originales... No sé si es la suerte del principiante o que los investigadores trabajan con ediciones de bolsillo y no van a las bibliotecas porque tienen mucho trabajo o porque es un trabajo más ingrato, que requiere hacer transcripciones. Parece que se considera más elevado escribir ensayo que perder el tiempo en menear papeles en una biblioteca. A veces, buscas y rebuscas y no encuentras.

-Pero cuando encuentra...

-¡Es un subidón increíble! Esto fue por casualidad, encontré las cartas cuando estaba practicando paleografía y revisando cosas de Quevedo. Además, siempre curioseo mucho en los manuscritos, son textos únicos y es como estar ante un tesoro. Le pasé las dos cartas a Mercedes Sánchez, que es experta en la correspondencia de Quevedo y estaba preparando una edición. Y me dijo: “¡Qué generosa eres!”.

-Lógico.

-Es que, si te digo la verdad, esto de la filología para mi es una tapadera; yo, en realidad, quiero ser escritora. Me gano la vida con esto y me dejo la vista haciendo paleografía, cobro quince euros la hora y no tengo ni contrato, pero me permite tener tiempo para escribir poesía y, ahora, estoy escribiendo una novela. Por eso yo no encajaba del todo en el mundo de la Universidad.

-De Quevedo solo se conoce la punta del iceberg, ¿es así?

-Sí, y por varios motivos. Él no acabó ninguna edición de su poesía. La primera edición -me refiero a la poesía- es póstuma, la hizo su sobrino González de Salas, y Pedro Alderete hizo otra. ¿Cómo ? Recogiendo los papeles que quedaron de él, pero resulta que cuando enviaron a prisión a Quevedo su criado perdió de veinte partes una que llevaba en un baúl.-¿Quedan muchas bibliotecas por expurgar?

-Sí, y muchísimo material por catalogar, que es lo más fuerte, porque un libro sin catalogar es un libro perdido. Hay un montón de bibliotecas que no tienen un catálogo bien hecho, sobre todo de libros de esta época. Yo estuve revisando una comedia de Quevedo y estaba en cajas sin catalogar en la Biblioteca Nacional.