"A mente sostense viva, lúcida, pero os ollos van gastos e envellecidos os ósos"... Y así, tal como relató en su libro de memorias "Camiño andado", se fue apagando discretamente Don Paco, a muy pocas semanas de cumplir los 98 años de edad.

Francisco Fernández del Riego, principal referente de la cultura gallega del siglo XX, falleció a media tarde de ayer en su casa de la plaza de Compostela en Vigo. Llevaba unos días especialmente fatigado y durante la mañana, sentado en el sillón que ocupaba habitualmente, en una sala de estar y con vistas a la alameda, recibió alguna visita, muy breve, pues ya se sentía muy cansado, para tratar asuntos de su interés. Después de comer comentó que se le habían agudizado los dolores que le aquejaban en los últimos días, por lo que optó por acostarse para descansar un rato y, como manifestó una persona muy próxima a él, "se fue apagando lentamente".

Desde que falleció su esposa, Evelina Hervello, Del Riego vivía más recluido en casa "pero perfectamente atendido" como reconoció en más de una ocasión.

Hasta hace sólo dos años, Don Paco siguió acudiendo a su despacho en la Fundación Penzol, de la que era director desde hace 47 años, en la Casa Galega da Cultura, aunque las fue espaciando y acortando su duración. Hombre metódico y puntual, hacía siempre el mismo recorrido desde su domicilio hasta la Casa Galega da Cultura y en los últimos años, apoyado ya en un bastón, le acompañaba un ordenanza del Concello.

Constantes visitas

Recibía en su casa numerosas visitas "que me manteñen vivo ainda que as veces me fatigo" y en una de sus últimas manifestaciones a FARO reconocía que tenía "poca y escasísima visión, me ayudo de una lupa para poder practicar uno de mis grandes recursos, que es la lectura. Estoy relativamente bien, pero son ya muchos años, aunque la cabeza la mantengo perfectamente, como su tuviera cincuenta años".

Siempre presumió de disciplina férrea y vida metódica que empezaba a las siete de la mañana. Un chupito de whiski después de las comidas y un habano, Cohibas o Montecristo a ser posible, eran "a única ferramente que me queda para sobrevivir".

Un vigués más

Don Paco se consideraba un vigués más, y presumía de ello, pues llegó a nuestra ciudad en 1939, recién finalizada la Guerra Civil y en unas condiciones muy precarias, empezando a trabajar en el despacho de Valentín Paz Andrade y llegó a hacer "cosas inverosímiles para salir adelante, como una revista de relojería y otra de deportes y cine, que se llamaba Imán." Después dio clases en el Colegio Mezquita y el destierro de Paz Andrade le llevó a dirigir la revista Industrias Pesqueras, todo un referente en el sector. Años más tarde comenzaría a escribir en FARO DE VIGO y otros periódicos sobre temas gallegos bajo el seudónimo de Salvador de Lorenzana.

Recién llegado a nuestra ciudad vivió en una habitación al principio de la calle del Príncipe, cerca de la Porta do Sol, en un edificio que en el bajo tenía una ferretería y solía comer, muchas veces en compañía de Maside, que era profesor en el instituto Santa Irene, en un bar que se llamaba La Mundial, en la calle Velázquez Moreno. y más adelante en el bar América, frente el cine Tamberlick, que solían frecuentar artistas de cabaret de paso por la ciudad.

Don Paco era memoria viva de la ciudad y su evolución, así recordaba sus comidas en El Mosquito, cuando aún era una tasca, igual que el Derby o el Savoy, en la calle del Príncipe, donde sostenía animadas tertulias que compartía con escritores, artistas y poetas y donde se aguzaba el ingenio, se sentenciaba sobre las asuntos más diversos y se daban pareceres sobre el presente y el futuro.

El Alberti era una cafetería que montara un antiguo portero del celta en la esquina de la calle Uruguay con Colón y allí también había tertulia del mismo modo que el Suevia se convirtió con el paso del tiempo en lugar de reunión, o la Taberna del Alameda, donde incluso redactaba los artículos para el suplemento de La Noche, periódico en el que colaboró durante un tiempo.

Donación en 1995

Y tanto amor hacia la ciudad desembocó en la donación de su biblioteca, más de 40.000 volúmenes y todo su patrimonio cultural, que se hizo efectivo en 1995. Inicialmente pensó en la Universidad, de la que fue su primer doctor Honoris Causa, "pero el campus quedaba muy lejos, lo que reducía el posible número de lectores y visitas, así que optó por hacer una donación a Vigo a través del Concello y designar un patronato de control integrado por el alcalde, el rector, el presidente de Caixanova y el presidente y el secretario de la Penzol.

Don Francisco falleció con la tristeza de ver que su donación no mereció de las autoridades locales el trato que se merece.

Siguiendo sus deseos. sus restos mortales serán incinerados en un acto estrictamente familiar y el próximo lunes tendrá lugar un funeral en la Colegiata. El Concello contaba con rendirle "el homenaje que se merece, pero cumpliremos sus deseos".