"La tanatopraxia es el conjunto de prácticas que sobre un cadáver se realizan, desarrollando y aplicando métodos para la higienización, conservación transitoria, embalsamamiento, restauración y cuidado estético del cadáver como soporte de su presentación, de acuerdo con las normativas higiénico-sanitarias". Así la define la Asociación Nacional de Tanatopraxia, aunque para los profesionales en la materia significa mucho más.

Sin ir más lejos, los expertos y expertas vigueses que trabajan en la empresa funeraria Emorvisa, donde preparan entre cuatro y cinco cadáveres al día, la definen como una profesión "nada monótona", que no cambiarían "por nada del mundo". Lo que sí es cierto es que la demanda de sus servicios se mantiene con el paso de los años, y, ahora más que nunca, aumenta también la solicitud de empleo en este campo.

¿En qué consiste la tanatopraxia, entonces? Dejando a un lado el vocabulario técnico, los que viven de este oficio se encargan de la presentación del fallecido para el último adiós de los familiares y allegados.

Los tres pasos

Su labor se proyecta en tres fases diferentes: la inspección preliminar del cuerpo, su higienización, y la adecuación estética.

El examen superficial con el que se inicia todo el proceso consiste en constatar si el cadáver se presenta en la sala de autopsias –tras el certificado de la aseguradora o forense– con alguna vía, apósito o marcapasos. El cuerpo está colocado en la mesa de autopsias con la cabeza más elevada que el tronco, sobre un cojín o apoya-cabezas.

En la segunda fase, de higienización, se desarrolla todo un proceso de desinfección con mezcla líquida de Formalhido, un principio para la limpieza y conservación, poniendo especial énfasis en los orificios corporales y posibles heridas abiertas. También se afeita, si es necesario, y se taponan nariz y boca, para proceder después a lavar el cuerpo con agua y jabón. "Normalmente se puede reconstruir casi todo, excepto calcinaciones", precisa Ricardo Pujol, tanatopractor desde hace cuatro años.

Después de las dos fases anteriores, se termina el proceso con la estética, se adecua el aspecto del fallecido a petición de sus familiares. Éstos son los encargados de hacer llegar las ropas –o sábanas– a los profesionales de la funeraria y de indicarles el tipo de maquillaje que desean que porte el difunto. "Siempre lo adecuamos a las necesidades estéticas que presenta el fallecido –siguiendo las directrices de la familia–, por eso conseguimos el maquillaje que haga falta. Si no lo tenemos, lo compramos", explica Ricardo Pujol. Base, corrector de ojeras y colorete son aplicados a todos los difuntos, hombres y mujeres, indistintamente. "A ellas también les solemos aplicar sombra de ojos y pintalabios, y a veces rímel, si lo solicita su familia", continúa el tanatopractor.

Después se colocan collares, pendientes y rosario, y se lava el pelo si es necesario. Cuando se finaliza el proceso de adecuación, la familia debe dar su aprobación antes de abrirlo al público en la sala de velación.

"Lo hacemos todo con la máxima delicadeza –puntualiza Pujol–. Aunque ya estemos acostumbrados y no nos afecte, nos comprometemos mucho, ofrecemos un trato muy humano".

Una tradición casual

La tanatopraxia como disciplina de conservación de cuerpos existe desde que existe el hombre, pero tiene su germen en una casualidad con la que se topó la civilización egipcia. Según relata la historia –que recoge la Asociación Nacional de Tanatopraxia en su sitio web–, "las tierras fértiles eran escasas y se ocupaban en la agricultura, por lo que los muertos se enterraban en la arena del desierto apartados del Nilo y a poca profundidad".

Esto producía una rápida deshidratación y, como las bacterias no proliferan en ausencia de humedad, los cuerpos inertes se conservaban de manera natural. Además, los vientos del desierto desnudaban los cadáveres, dejándolos al descubierto, por lo que los egipcios podían comprobar lo que les sucedía a sus muertos.