Obra cumbre de la literatura europea, Seis personajes en busca de autor, que el dramaturgo italiano Luigi Pirandello escribió a principios del siglo XX, es también uno de los textos que más interés despierta en la creación escénica cien años después. Pero no es fácil que la multitud de capas que encierra el original llegue al espectador con la suficiente concreción y esto hace que las propuestas se debatan entre la espectacularidad escénica que Joan Ollé, en 2004, utilizó con los ascensores del Lliure y la austeridad clasicista de la versión de Xulio Lago y el CDG en 2005.

Esta dificultad la ha sorteado la compañía madrileña Kamikaze al ubicar su montaje en la contemporaneidad más absoluta, y no hablamos sólo de mera cronología. Por primera vez en mucho tiempo hemos podido ver una obra de teatro de las que se llaman o les llamamos teatro contemporáneo, sin que el término se refiera al uso de nuevas tecnologías, una composición narrativa fragmentaria, o la aparición intermitente de cuerpos desnudos. En La función por hacer, Miguel de Arco y Aitor Tejada, cierran el cajón de los efectos especiales para entregarles todo el peso de la representación a los intérpretes. Su adaptación tiene la frescura adecuada para dotar a la pieza de aquello que más necesita para que el dramón no atragante a la audiencia: comedia.

Con un código interpretativo hiperrealista próximo a los estilos televisivos, el reparto se entrega con pasión a su cometido, que no es otro que el de enganchar al espectador. El estupor y la incredulidad iniciales que provoca en los actores (el cómico Cristóbal Suárez y la íntegra Miriam Montilla) la aparición de unos personajes misteriosos, tiene su respuesta en la buscada complicidad con el público, que en todo momento responde con un concierto de bocas abiertas y ojos saltones. La sobriedad de Israel Elejalde dota de manera fácil al Hermano Mayor de objetividad y de la palabra precisa, mientras que la fuerza juvenil de la Mujer encuentra su acomodo en la actuación a pulmón abierto de Teresa Hurtado. Por su parte, la Madre (trágica Manuela Paso), siempre en un segundo plano, alcanza su gran momento en las escenas más desgarradoras (bien contrastadas con el humor acertadamente facilón de Cristóbal Suárez), y el Hermano Menor (violento y controlado Raúl Prieto) hace las veces de coro griego al situarse en el patio de butacas para atacar con ironía lo que vemos en escena.

Aunque quizás haya abusado del centro del escenario para focalizar la atención, el director Miguel de Arco, acierta al apostar por una constante búsqueda del público, al que sube al escenario literal y metafóricamente. El teatro crece cuando los actores consiguen meternos en la acción mediante el efectivo recurso de la parodia y el desparpajo. Y por eso, no solo porque se intenta volver a creer en el público sino porque se consigue (y sin provocaciones gratuitas), podemos decir que La función por hacer es teatro contemporáneo (que no posdramático) en estado puro.