El pianista chino Lang Lang tocó ayer en el Palacio de Congresos e Exposicións de Santiago como parte del ciclo Xacobeo Classics. Era una de las citas más sonadas del programa, y como pudo comprobarse en lo poco que tardaron en agotarse las entradas y en la respuesta del público que llenaba el aforo, no defraudó. De la algo más de hora y media que duró el concierto (sin contar el intervalo, claro), sumando las tandas de aplausos que el público se inventó entre los movimientos de las obras y las tandas en las que formalmente tocaba aplaudir, el gentío se pasó batiendo palmas entre diez y quince minutos. Lang Lang, ese bajito pianista que está entre las cien personas más poderosas del globo según la revista Times y que es capaz de tocar un estudio de Chopin haciendo rodar una naranja por las teclas del piano (miren el vídeo en Youtube ), gustó.

Y gustó por la manera que tuvo de apropiarse de las obras. De la misma manera que puede resultar curiosa la afirmación de Xu Chengbei según cual la ópera es considerada ya una de las principales géneros de música culta china (cita recogida de las estupendas notas de programa de Maruxa Baliñas), lo de Lang Lang también se trata de eso, de una apropiación. Es el musiocólogo Nicholas Cook, en su libro Introducción a la música: de Madonna al canto gregoriano, quien interpreta el que los solistas preferentemente toquen sin partitura como una manera de representar el genio, el estar inspirado, el tocar como si realmente toda esa música surgiese de una especie de revelación. Lang Lang interpreta bien el papel: pasa por las páginas de Beethoven como si surgiese de su genio y sentimiento, y no de la mano del compositor de Bönn. Y en ese papel es creíble: se retuerce, una mano suelta el teclado para ponerse a dirigir en el aire a la otra, sus fortes son muy fortes y sus pianos son pianísimos. Efectismo. Son interpretaciones caprichosas, impulsivas hasta desequilibrar en parte la estructura de las obras, por momentos demasiado afectadas (como el segundo movimiento de la Sonata n. 2 de Beethoven), pero que consiguen la difícil tarea de emocionar a gente a quien este tipo de música le resulta ajena.

Su técnica es privilegiada. Deslumbraron sus dedos en el último movimiento de la Appasionata de Beethoven. El segundo movimiento de la Sonata n.7 de Prokofiev fue de los momentos más logrados de la velada. La cantidad de matices que le saca el piano, esos pianísimos en los que los macillos del piano parecen estar simplemente de un cacho de algodón, hicieron que solo por los últimos compases de "El Corpus en Sevilla" del primer cuaderno de Iberia valiese la pena asistir al concierto (aunque su ímpetu no hiciera demasiadas migas con "El Puerto").

El fervor del público mereció como propina el Estudio n.1 op.25 de Chopin.