Cuando tenía cinco años, el pequeño Josu escribió una carta a los Reyes Magos en la que les pidió el traje del Athletic de Bilbao y ser astronauta. Lo primero llegó esas mismas navidades. Para lo segundo ha tenido que esperar 39 años.

Josu Feijoo es un conocido alpinista vasco de ascendencia gallega que se convertirá en el primer astronauta diabético de la historia y en el tercer español en viajar al espacio tras Miguel López Alegría y Pedro Duque.

Su historia es la de un luchador al que el diagnóstico de diabetes tipo 1, cuando tenía 23 años, no truncó sus ilimitados deseos de ascender. Contra todo pronóstico –"los médicos comenzaron prohibiéndome todo tipo de ejercicio intenso"– Feijoo ha coronado ya varias cimas como el Everest (Asia), Elbrus (Europa), Mckinley (América del Norte), Vinson Massif (Antártida) y el Kilimanjaro (África).

Pero ahora quiere dar un paso más y cumplir su sueño de ver la Tierra desde el espacio. Con el apoyo económico de sus patrocinadores y de varios laboratorios farmacéuticos, viajará a principios de 2011 al espacio a bordo de la nave VSS Enterprise, propiedad de Virgin Galactic, que despegará desde Nuevo México y alcanzará una altura de 135.000 metros.

"Cuando me diagnosticaron la enfermedad pasé nueve meses muy traumáticos, deprimido y sin ganas de nada, pero luego decidí vivir con ella y no para ella. Siempre he sido un soñador y la diabetes no me iba a impedir subir al Everest, viajar al Polo Norte y, ¿por qué no? cumplir ahora mi sueño de ser astronauta", asegura el campechano alpinista.

Convertirse en astronauta durante cinco horas costará al aventurero unos 200.000 dólares, "aunque al final, con la necesaria preparación y otros gastos, asciende casi al doble", advierte Feijoo, que rechaza ser llamado "turista espacial" aunque probablemente comparta la nave con alguno de ellos.

Pero para formar parte de esta tripulación, Josu ha tenido que superar unas pruebas teóricas y sobre todo físicas durísimas que comenzaron hace ya dos años y se desarrollaron en los mismos centros en los que los astronautas profesionales se preparan. "La centrifugadora es una de las pruebas más duras. Durante dos horas das vueltas y soportas fuerzas 6,4 veces superiores a las de la gravedad; más del doble que en la Fórmula 1. Pilotos de las fuerzas aéreas se desmayaban, pero yo lo aguanté", describe. El alpinista experimentó también la ingravidez en un avión preparado para ese tipo de ensayos: "La sensación de flotar es increíble; la cabeza pesa mucho y te mueves descontroladamente. Tras la prueba, me pasé tres meses con vómitos", relata.

En abril viajará a Rusia para proseguir su entrenamiento en la Ciudad de las Estrellas y después irá a la Nasa para presenciar el lanzamiento del Atlantis y emocionarse aún más con su futuro viaje. No olvida, sin embargo, el peligro que este tipo de vuelos entrañan siempre. "He preparado ya mi testamento porque soy consciente de que un 2 por ciento de los vuelos no acaba bien, pero a cambio de ser astronauta merece la pena el riesgo", concluye.