"Cuando se estudian las momias con todos los recursos de la ciencia moderna dejan de ser amasijos de tela, huesos y carne reseca para convertirse en testigos vivos de la civilización faraónica. Se pueden sacar muchas cosas de ellas", decía ayer en el Club FARO José Miguel Parra, doctor en Historia Antigua y especialista en complejos funerarios con pirámides.

Para Parra, que fue presentado por Balbina Pérez Martull, profesora de Historia del IES de Beade, "las momias son un verdadero tesoro, cápsulas de tiempo, testigos de la civilización faraónica. El susurro de la momia, su vieja voz que nos llega de tan lejos, no es en realidad de amenaza, sino de conocimiento".

El conferenciante se apoyó en diapositivas para enhebrar una charla en la que dio una visión general, inevitablemente a vuelapluma, sobre el mundo de las momias egipcias ante un público que llenaba la sala y delataba el interés que en la gente de hoy despierta una civilización tan de ayer como la faraónica. Habló de las razones que llevaban a los egipcios a querer preservar la integridad física de los cadáveres, los medios utilizados para atajar la descomposición de los cuerpos, los rituales de embalsamamiento e inhumación, el estudio de las distintas clases de tumbas, las momias como fuente de información biológica y cultural, las momias de animales... "A través de ellas nos es posible conocer –afirma– no sólo las creencias y los mitos de los egipcios, sino sus propias formas de vida.

Derrota de la muerte

Autor del libro "Momias. La derrota de la muerte en el Antiguo Egipto" en la editorial Crítica, Parra afirma que "no es que las momias faraónicas tengan nada que a primera vista resulte más atractivo que las de otras partes del mundo, pero lo cierto es que nos han permitido conocer casi en primera persona el rostro y el físico de prácticamente todos los faraones del Reino Nuevo. Quizá radique ahí el gran interés que provocan; ahí y en que si bien hay momias en muchas otras culturas del mundo, sólo los egipcios las convirtieron en parte universal de su cultura y las produjeron a millones, no sólo de personas, sino también de animales sagrados".

Contó el especialista que los egipcios comenzaron esta práctica por motivos ideológicos pero que con el tiempo s se convirtió en un elemento imprescindible, junto con la propia tumba y las ofrendas funerarias, de su modo de entender la muerte. " la momificación está íntimamente relacionada con la religión. ¿Exactamente que pretendían los antiguo egipcios al preservar sus cuerpos?

Los egipcios consideraban que, al morir, los cinco elementos que formaban al ser humano (ba, ka, sombra, nombre y cuerpo) se disgregaban y sólo después de los adecuados rituales se recomponían y podían seguir viviendo en el más allá. Dado que los muertos egipcios podían interactuar con el mundo de los vivos por medio del ba, para que éste pudiera hacerlo y regresar cada anochecer al otro mundo debía contar con el cuerpo del difunto, que le servia digamos de "acceso" entre una y otra esfera".

Parra enumeró 13 pasos para la momificación, desde el lavado del cuerpo hasta el vendado pasando por la evisceración, limpìeza de los huecos, desecación, introducción de material de relleno... Dedicó un tiempo a hablar de los rituales funerarios, las momias de las pirámides, las del Imperio, los distintos tipos de tumbas según los recursos del muerto (los faraones con mucho más lujo)...

Y habló de la paleopatología, otro estudio que permitieron las momias como fuente de información biológica sobre las enfermedades de los egipcios. "El agua del Nilo era fuente de vida, y de parásitos. Nobles y pueblo llano, pocos se libraban de infecciones como la esquistosomiasis (pérdida de sangre en la orina, anemia, merma de defensas...) o la malaria (detectada en Tutankamón y otros familiares). También la intensa luz solar causaba daños oculares. El maquillaje verde y negro en los ojos de hombres y mujeres egipcios no era por coquetería. Absorbía los reflejos, tenía propiedades profilácticas y repelía los mosquitos".