Igual que San Juan o Nochevieja, todos los años tienen su noche de los Oscars. Una velada de quinielas, alfombras rojas, sonrisas relucientes, micrófonos, flashes, vestidos deslumbrantes, fracs por un tubo, el tradicional modelito de Cher, los discursos lacrimógenos y topicazos como el de "la gran ganadora de la noche". Más que para cinéfilos, los Oscars son unos premios diseñados a medida de mitómanos y amantes de las galas en general. Y, sin embargo, siempre hay un detalle, un guiño a la historia. No son cine ni, en la mayoría de las ocasiones, hacen honor al séptimo arte, pero llevan ahí desde siempre. Así que, como homenaje (y aperitivo), en Placeres Culpables os hemos seleccionado tres de las más míticas entregas de la dichosa estatuilla dorada.

En la sexta gala de los Oscars en 1934, Frank Capra y Frank Lloyd competían por el premio al mejor director por sus trabajos en ´Dama por un día´ y ´Cabalgata´, respectivamente. Cuando el presentador de la gala, el humorista Will Rogers, abrió el sobre con el ganador y se puso tierno al más puro estilo hollywood: "he visto a este hombre durante mucho tiempo. Le he visto salir de lo más bajo. No le podría haber pasado a un chaval más majo. Vamos Frank, sube aquí y toma esto".

El bueno de Capra, favorito indiscutible de la crítica, se levantó sonriente de su asiento y puso rumbo hacia la estatuilla dorada. Según cuenta el director de ´Qué bello es vivir´, mientras sorteaba mesas y sillas para llegar al escenario, el foco se puso a buscar al ganador. Así que Frank levantó la mano y dijo "aquí estoy". Pero la luz se movió hasta el otro lado del recinto, donde Frank Lloyd también celebraba el Oscar que acababa de ganar. Capra volvió entonces a su mesa, entre gritos de "¡sientaté!".

Años más tarde, el realizador describió aquel momento como "el más largo y triste paseo de toda mi vida. Deseé poder reptar por debajo de la alfombra como un miserable gusano. Y cuando volví a me sentí como uno. Todos mis amigos estaban llorando". El almibarado director se hizo con ese premio sólo un año después gracias a su trabajo en ´Sucedió una noche´. Galardón que renovó con ´El Secreto de vivir´ (1936) y ´Vívelo como quieras´ (1938).

Marlon Brando rechazó en 1973 el que seguramente es uno de los Oscars más incontestables de la historia del celuloide, el que premiaba su magistral interpretación de Don Vito Corleone en ´El Padrino I´. Para rechazar la estatuilla se personó en la ceremonia la joven nativo-americana Sacheen Littlefeather que, en representación de Brando y sorteando algún abucheo, criticó el tratamiento que los indios americanos recibían por parte de la industria del cine.

Justo dos años antes George C Scott había rechazado otra estatuilla (era la primera vez que esto ocurría) por su papel protagonista en ´Patton´. Scott se refirió a la gala como "un desfile de carne de dos horas de duración".

Y del Oscar más merecido, a una de grandes leyendas urbanas de la historia de estos premios. Marisa Tomei consiguió en 1993 el Oscar a la mejor actriz secundaria por su papel en ´Mi Primo Vinnie´, una comedia tirando a corriente protagonizada por ese titán llamado Joe Pesci.

La leyenda cuenta (y haciendo caso de los mandamientos de John Ford, tendremos que quedarnos con ella) que Jack Palance, encargado de entregar aquel premio, subió al escenario con alguna copa de más en el cuerpo (juzguen ustedes mismos) y que, a la hora de leer la papeleta dentro del sobre, dijo el nombre de Marisa como podría haber dicho el de su abuela.

Verdad o mentira (gran parte de la incredulidad de esta concesión se debía a que Tomei había ganado a cuatro actrices inglesas, secundarias en otros tantos dramas), Tomei se resarció de este burdo rumor gracias a otras dos nominaciones al Oscar a mejor actriz secundaria por sus papeles en ´En la habitación´ (2001) y en ´The Wrestler´ (2008).