Dice que el "bichito" de la música se le coló en el cuerpo cuando era un niño y vivía con su familia en Buenos Aires. Allí estudió la carrera de música y aprendió a tocar la guitarra y otros instrumentos. Pero fue en Galicia, donde regresó a los diecisiete años, donde sembró el amor por la canción gallega en varias generaciones. Fundador de la Coral Casablanca, de la Coral Club Náutico de Vigo y de la Coral Ureca, que actualmente dirige, Rey Rivero sigue, a sus 90 años, soñando con habaneras y villancicos y esa pasión se la transmite a los cientos de gallegos que han estado bajo su batuta. Y, por supuesto, también a su público. Cantantes de las corales Ureca, Valladares y Zamáns han creado el Orfeón "Rey Rivero" de Vigo y ofrecerán el lunes (20.30 horas) un concierto en el Centro Cultural Caixanova en el que homenajearán al veterano compositor.

–Un homenaje en vida. Supongo que le agradará que tantos cantantes le brinden este concierto.

–Yo creo que todos los homenajes deberían hacerse a las personas en vida y no cuando no quedan más que huesos de ellas. Creo que no he sido vanidoso en mi vida pese a los reconocimientos que he tenido, pero a uno siempre le gusta que le alaben.

–Lleva ya más de cincuenta años como director de coral. ¿Cree que han evolucionado bien estas formaciones?

–Desde que yo empecé ha crecido mucho el número de corales y también el de compositores. La gente fue entusiasmándose en los años 60 y ahora hay muchísimas formaciones. Nos falla un poco la gente joven que, aunque de niños forman corales con mucha ilusión, luego la mayoría no la mantiene.

–Y en su caso, ¿ya de niño tenía claro que quería dedicarse a la música?

–A mis padres les gustaba cantar y casi me obligaron a hacer la carrera de música. Al principio me servía para dar serenatas a las chicas que me gustaban o para montar una comparsa en carnaval, pero fue al crear la Coral Casablanca cuando empecé a dedicarme más en serio. Eso sí, siempre tuve que trabajar además de en la música en la fábrica de salazón de mis padres.

–Y regresó a Galicia precisamente en 1936.

–Pues sí, mi madre tenía un problema de corazón y le recomendaron que cambiase de aires. Así que llegamos a Galicia y me pilló la guerra y durante siete años me alejó bastante de la música. Luego estuve unos años en Barcelona donde ya contacté con un grupo de personas relacionadas con la música. A mi vuelta a Galicia, en 1956, fue cuando montamos la Coral Casablanca en el Convento de los Capuchinos, que estaba en ese barrio. Hace años cantamos en el Palau y para mí fue especialmente emocionante.

–En este momento de su vida, ¿qué tipo de música le agrada más componer?

–Estoy muy volcado con las habaneras, porque son muy bien recibidas por el público, y, por supuesto, siempre con la música gallega. Ahora ensayamos dos días a la semana con la coral Ureca, pero yo le dedico mucho más tiempo en casa. A veces me levanto ya con un sonsonete y estoy deseando escribirlo y eso me mantiene vivo.

–Las salidas con la coral fuera de Galicia debían ser toda una odisea hace años, ¿cómo lo recuerda?

–Viajábamos casi sin dinero y pasamos muchas vicisitudes. Recuerdo una vez en Albacete que tuvimos que ensayar en un parque o cuando los militares nos consiguieron unos bocadillos a todo el equipo. Los viajes en autobús para cantar en Francia o en Bélgica eran larguísimos... pero si nos empeñábamos en ir, lo conseguíamos. Además, era una gran satisfacción volver a casa muchas veces con un premio.

–¿Qué cualidades debe tener un director de coral polifónica?

–Sobretodo hay que sentir la música como algo propio y que te salga de la misma alma. Tienes que haber aprendido con buenos maestros para poder dirigir con dignidad y también dedicar parte de tus conocimientos a enseñar a otras colectividades. En una coral también se aprende disciplina y el director debe enseñarla con su ejemplo. Al salir del ensayo soy como el abuelo de todos, pero dentro exijo puntualidad, esfuerzo y silencio.

–¿Hay buenas voces en Galicia?

–Hay muy buenos cantantes, lo importante es saber sacarles su jugo a las voces poco educadas pero que físicamente son muy aprovechables. La voz humana es el más difícil instrumento interpretativo. La voz puede ser buena, pero hay que conseguir que exprese. Con la voz se nace, pero el entusiasmo es el primer paso para el aprendizaje teórico de la interpretación.