Un transgresor de la fotografía en los años 50, un buscador del alma humana, una mirada generosa y arriesgada. Cazador de instantes. Ricard Terré falleció el jueves a los 81 años en Vigo, ciudad en la que residía desde 1959, tras una larga enfermedad. Con él se marcha uno de los grandes fotógrafos documentalistas del siglo XX, que dejó en la retina de varias generaciones imágenes como la de la niña bizca vestida de primera comunión o la del niño en procesión con el cirio roto, entre otras muchas. El fotógrafo fue despedido ayer por familiares y amigos en el cementerio de Santo Tomé de Freijeiro.

Nacido en Sant Boi de Llobregat, Barcelona, en 1928, residía desde 1959 en Vigo por motivos familiares. Cursó estudios en la Escuela de Altos Estudios Mercantiles de la Ciudad Condal. Se inicia en el mundo del arte como pintor y caricaturista y no empieza a practicar la fotografía hasta el año 1955 en que entra en contacto con miembros de la Agrupación Fotográfica de Cataluña.

En 1958 se integra en el grupo AFAL (Agrupación Fotográfica de Almería, la única sociedad fotográfica que durante el franquismo proponía alternativas estéticas a los foto-clubes y los salones). Terré realizó exposiciones sorprendentes y poco comprendidas protagonizadas por los ritos religiosos y los hombres de España, pero en 1960 decide abandonar la práctica de la fotografía.

Afortunadamente, no fue una marcha definitiva. Tras un largo paréntesis, en 1982 reanuda su actividad como fotógrafo y, con una mirada inmutable, continúa una obra que había comenzado en los años 50 y participa en varias exposiciones individuales y colectivas, tanto nacionales como intencionales.

Precisamente lo que más valoran los fotógrafos gallegos del trabajo de Terré es esa "coherencia" que demostró a su regreso a los objetivos. "En los años cincuenta fue un verdadero valiente de la fotografía y fue el momento en que realizó sus mejores trabajos, pero a su vuelta mantuvo su criterio y se convirtió en un referente para mí y para muchos otros por su forma especial de ver el mundo", asegura el fotógrafo ferrolano Vari Caramés, que destaca además la "entrañable" personalidad del fotógrafo, "culto, honesto elegante y siempre dispuesto a ayudar".

Terré, sin embargo, no sintió que su trabajo era todo lo reconocido que merecía. Hace unos años, con motivo de la concesión del Premio Bartolomé Ros que le concedió PhotoEspaña por toda su trayectoria profesional, comentaba a FARO: "Al venirme a Galicia quedé al margen del ambiente fotográfico y en ese tiempo se han dado premios muy merecidos, pero otros no tanto. Este premio me ha sorprendido mucho porque ya me había resignado a estar metido en un cajón".

Su hija Laura Terré, doctora en Bellas Artes por la Universidad de Barcelona, no está sin embargo muy de acuerdo con el carácter documentalista que se insiste en dar al trabajo de su padre. "Nos encontramos ante una forma de creación más cercana a la poesía que a la crónica, en la que una imagen no vale más que mil palabras, -como reza el lugar común que casi siempre se aplica a la fotografía- sino que contiene mil sentidos", advierte.