Jordi Pons, el primer montañero español en alcanzar la cima de un “ocho mil”, el Anapurna, mostró ayer en el Club Faro la belleza épica del alpinismo y los dramáticos contrastes en la práctica de esta actividad desde sus comienzos, a finales del siglo XIX, hasta nuestros días. “Se ha perdido el sabor de la conquista, de la amistad”, declaró este veterano alpinista, que hace seis años, a la edad de 70, coronó la inaccesible pared norte del Dru, en los Alpes.

El acto sirvió para celebrar el 65 aniversario del Club Peña Trevinca, auténtico embrión del montañismo en Galicia. Por ello le presentó el presidente de la Federación Galega de Montañismo, Xosé Lois Freixeiro, en presencia del presidente del Club Peña Trevinca, José Ramón Nogueira Varela.

El montañero catalán, que aseguró sentirse “igual de bien en una cumbre de 3.000 metros que en el Himalaya”, resaltó la importancia del entorno y del compañerismo en este deporte minoritario. Cuando se le preguntó por qué no había alpinistas españoles en la delegación que promovió la candidatura olímpica de Madrid 2016, Pons respondió con ironía: “Seguimos siendo una especie rara. Salimos en los periódicos en agosto, cuando no hay fútbol. Con suerte, si hay un accidente grave, salimos en la tele”. En España el número de federados ronda los 70.000, por 800.000 de Alemania.

Romanticismo

Después de narrar, apoyándose en una proyección, la historia del alpinismo en Europa, Jordi Pons se refirió al romanticismo que entrañaban no sólo las primeras expediciones, sino aquellas que a lo largo de los tiempos se han realizado con escasos medios materiales: no existían los teléfonos vía satélite, las botellas de oxígeno -cuando se inventaron- pesaban siete kilos; las clavijas eran de hierro y la ropa de abrigo, de algodón.

De “romántica” calificó Pons su escalada al Anapurna, realizada sin la ayuda de sherpas, y de la que dijo que “escribiría un libro”. Recordó haber sufrido alucinaciones durante la noche en el vivac, a 40 grados bajo cero.

Entre las anécdotas de la historia del alpinismo que citó, no faltó la polémica entre los puristas y los innovadores de la técnica de escalada. El mítico alpinista alemán Hans Dülfer fue pionero en introducir las cuerdas, los crampones y las clavijas de roca como elementos de ayuda en la ascensión, ante la oposición del austriaco Paul Preuss.

Destacó al británico Albert F. Mummery como “el padre del alpinismo moderno”, y mencionó la tragedia que le costó la vida, a él y a dos sherpas, en 1895, escalando el Nanga Parbat en Pakistán.

Situó los orígenes del montañismo en España en 1876, fecha de la fundación del Centre Excursionista de Catalunya.

El Naranjo de Bulnes

Más tarde sería el polifacético asturiano Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa, quien lograse la primera hazaña del alpinismo en suelo patrio. Político, escritor, cazador y deportista olímpico, además de montañero, Pidal ascendió la cara norte del Naranjo de Bulnes -también llamado Picu Urriellu- por primera vez en la historia. Fue también impulsor del Parque Nacional de la Montaña de Covadonga, primer parque nacional de España, y del Parque Nacional del Valle de Ordesa.

En los años treinta son vencidas las seis grandes paredes europeas: la Cima Grande di Lavaredo, el Petit Dru, el Piz Badile y las tres más famosas, el Eiger, el Cervino y las Grandes Jorasses. Y Jordi Pons fue el primer alpinista español en conseguir estas tres últimas paredes del Norte.

Pons terminó su resumen de los orígenes y evolución del alpinismo en Europa con la conquista del Everest en 1953 a cargo de Edmund Hillary y Tenzing Norgay. Fue el inicio de la conquista del resto de cumbres del Himalaya y el Karakorum, ya que el Everest no fue la última en ser conquistada, sino una de las primeras.