Trabaja "en la sombra", pero su labor es clave para que la maquinaria europea funcione. María Táboas (Vigo, 1974) forma parte de la plantilla de intérpretes del Parlamento, esa moderna y mastodóntica Torre de Babel con sede en Bruselas cuyos habitantes se afanan en lograr acuerdos en veintitrés lenguas diferentes.

Desde la "invisibilidad" de la cabina española, que comparte con otros dos profesionales, traduce las intervenciones en inglés, francés, portugués y polaco a nuestros eurodiputados durante las sesiones plenarias –que se celebran en Estrasburgo–, las comisiones parlamentarias o las reuniones de grupos políticos. "Para un intérprete no hay mercado comparable en ningún sitio. Esto es la meca por las condiciones de trabajo y el atractivo de la gente con la que trabajas", señala.

Licenciada en Traducción e Interpretación por Vigo, llegó a Bruselas en el 97 y empezó a trabajar para el Parlamento como freelance. Después formó parte de la plantilla de la Comisión Europea durante tres años, coincidiendo con Loyola de Palacio como vicepresidenta, y en los que asistió a los consejos de ministros.

"Fue muy interesante ver los tira y afloja en cuestiones de pesca, cómo estaban hasta las tantas de la noche con negociaciones muy duras", recuerda. La intérprete también ha estado presente en reuniones con representantes del sector. "Han venido para intentar que no se recortasen las capturas e intentar explicar cómo es Galicia a gente que no sabe casi ni dónde queda", reconoce.

Durante esa época en la Comisión también trabajó en algún comité de expertos sobre las "vacas locas". "Tocamos temas muy distintos. En mi primer día en el Parlamento, con veintitrés años, me tocó una reunión supertécnica presidida por el comisario europeo de justicia", recuerda.

Porque además de dominar idiomas, el oficio requiere "dotes de comunicación" y grandes dosis de "rapidez mental" y "nervios de acero". "No tienes tiempo de reacción, sólo vas dos segundos por detrás del orador. Te tienen que funcionar las neuronas muy rápido", apunta.

A veces la dificultad no está en la especialización de los temas, sino en traducir un chiste o una frase graciosa: "Pasa bastante y tienes que salir del paso y encontrar el equivalente en español. De lo contrario, tus delegados pueden quedarse sin saber de qué se están riendo todos los demás".

María admite que alguna vez le han dado ganas de trasladar "al contrario" las palabras de algún político y explica que también deben hacer notar el tono del interlocutor: "Si están muy enfadado tienes que intentar reproducirlo, aunque sin pasarte porque no es teatro". ¿Y si se profiere algún insulto? "Pues debes mantenerlo o intentar suavizarlo, pero en general no es normal que pasen de las subidas de tono", revela.

A cualquier periodista le gustaría estar en la piel de esta viguesa en algunos momentos, pero su labor está sometida al secreto profesional. "Aunque cuando los ministros se reúnen para abordar temas muy delicados prescinden de nosotros", añade.

Los políticos de nuestro país "prefieren hablar en su lengua", pero la intérprete destaca que los funcionarios españoles destinados en Bruselas "cada vez hablan más inglés, sobre todo, los jóvenes". Defiende además la utilidad del Parlamento y asegura que se ha ido corrigiendo el exceso de burocracia. En este sentido, destaca que en la Comisión Europea "sólo trabajan veinte mil funcionarios" frente a los tres millones que suma España.

María reside en Bruselas con su marido, un catalán de orígenes chilenos, y sus dos hijos pequeños. Le gusta la ciudad "porque es muy cosmopolita, con un ritmo de vida muy tranquilo y por su actividad cultural", aunque echa de menos el cielo azul "como todos los españoles" y el mar gallego. A cambio, tiene "el mejor chocolate del mundo" y la cerveza del país belga.