Después de 16 años de su último paso por Compostela, fecha en la que además de llevar al delirio a 30.000 personas descubrió las virtudes de la Estrella Galicia –según cuentan se había llevado de vuelta a casa unas cuantas cajas–, The Boss, uno de las mayores leyendas del rock mundial, volvió. Para esta ocasión se movilizaron para ir a verlo unas 10.000 personas más. Bruce Springsteen apareció con su E Street Band como parte de su gira "Working on a dream tour", una de las más ambiciosas emprendidas por el músico: 80 conciertos en ocho meses conforman su tour, llevando ya vendidas dos millones de entradas. La excusa es la presentación de su último disco "Working on a dream", aunque pocas muestras de este trabajo pudieron escucharse anoche ("Outlaw Pete", "Working on a dream",...). Precisamente esto constituía el foco de alguna crítica en medios estadounidenses: aunque no es un disco comparable a otros como el mítico "Born to run", había cierta expectación por saber como The Boss adaptaría los temas de ese disco en directo, insuflándolos de esa vida y energía que pudieron presenciarse sobre el escenario del Monte do Gozo. Aunque claro, para la mayoría del público fue de agradecer poder desgañitarse la voz junto al Boss con alguno de sus temas más clásicos.

Su directo, como era previsible, fue impresionante. No es en vano que haya quien vea en Bruce Springsteen el epítome y quintaesencia del espectáculo rock. The Boss se comió el escenario. El directo es su salsa. Dejó de tocar en los bares de carretera que le permitían pagarse el alquiler del piso para ahora colaborar por mantener a flote una industria musical en crisis que se dio cuenta de que en los directos es donde está la pasta. Pero a pesar de ello, Springsteen sigue mostrándose como un cantante auténtico, con su pose proletaria y sus jeans. Entre su presencia y sus tablas, mostró recursos de sobra para meterse en el bolsillo al público: chapurreó castellano, reconoció a los asistentes como protagonista del espectáculo –"Nosotros ponemos la música y vosotros ponéis el ruido", gritó– y abrió el concierto con un guiño a los espectadores gallegos al interpretar "A Rianxeira".

Temas conocidos como "Badlands" se encargaron de meter al público en en ambiente ya de inicio; en "Hungry heart", durante media canción la E Street Band contó con el apoyo de un coro de varias decenas de miles de personas; en "Outlaw peet" la Telecaster de Springsteen llenó de vísceras el auditorio; en "Working on a dream" descubrimos que aunque el Boss se haga el durillo también sueña con rosas y cajas de bombones; en "Seeds" y "Johnny 99" se destapan sus sanas deudas a artistas como Pete Seeger o Leonard Cohen. Tras más de dos horas y media de concierto aún hubo sitio para "Dancing in the dark" o una versión del "Twist and shout" de The Beatles.

Banda impecable

La E Street Band, formación que acompaña a Springsteen desde los inicios, estuvo sobria. Nils Lofgren y Clarence Clemons acapararon la atención del respetable: el primero sobre todo por sus solos en la guitarra, el segundo, por ese conjunto cool en el que una interpretación elegante del saxo lleva por corona una "tarta de cerdo" (traducción chapucera del "pork pie hat", ese sombrero que caracterizaba al saxofonista Lester Young). Además de Max Weinberg, Steven Van Zandt, Gary Tallent, Roy Bittain y Soozie Tyrell se sumó Charles Giordano, sustituyendo al fallecido Danny Federici como teclista.

Concierto que difícilmente será olvidable por parte de los asistentes. Ya no solo por todo el despliegue técnico (escenario de 25 x 18 metros, 250.000 watios de sonido, 400.000 de sonido, para el que trabajaron unos 200 operarios) ni por esos 70 y pico euros de entrada que autosugestionan a uno a gustar del concierto (salvo estrépito, duele en el orgullo reconocer que se gastó tanto en un hipotético bodrio; esos precios invitan también a venderle a los que se quedaron en casa el espectáculo como el mejor de la historia). La implicación de cada uno de los músicos dispuestos sobre el escenario, la energía incombustible de Springsteen, las dimensiones colosales del acto, convirtieron al espectáculo en un acontecimiento único e irrepetible y al resguardo de la entrada en un trofeo.

Protestas por las largas colas en los accesos al recinto

Mientras los más afortunados saludaban a The Boss cuando a las diez y media de la noche saltaba al escenario, muchos cientos de fans todavía no habían logrado acceder al recinto del concierto. La mala organización y las interminables colas en las puertas del Monte do Gozo llevó a muchos asistentes a la desesperación, que tuvieron que conformarse con escuchar los primeros temas desde el exterior del recinto, a pesar de llevar más de cinco horas de espera y haber pagado 65 euros para ver el espectáculo de cantante norteamericano.

Una vez dentro, el espacio se quedó tan pequeño que mucha gente tuvo que derribar las vallas para hacerse un sitio a uno de los lados del lago artificial del Monte do Gozo, que divide el espacio en dos, mientras coreaban "Organización, dimisión" y "Manos arriba, esto es un atraco". En uno de los laterales estaban los asistentes VIP, pero claro, con una posición mucho más ventajosa, con carpas y elevados para poder contemplar con todo detalle el espectáculo. Unos privilegiados, entre los que se distinguían caras conocidas de la política y la escena cultural gallega que, por supuesto, no tuvieron que esperar las colas y llegaron al concierto en un autobús.

El malestar del público, sin embargo, se esfumó cuando Bruce saltó al escenario e interpretó "A Rianxeira", cumpliendo así uno de los deseos de Xil, un niño que llegó desde O Pindo junto a sus padres y amigos, aunque lamentó que no se dirigiera al público en gallego. La entrega del mítico cantante y la contundencia del espectáculo fue suficiente para que las más de 40.000 personas olvidasen los problemas previos y disfrutasen de los conocidos temas con el espacio justo para levantar los brazos y aplaudir.

El público se mostró encantado con The Boss, que demostró mantenerse en plena forma, logrando una conexión total con los espectadores. Como decía Xil, incluso el elevado precio de la entrada mereció la pena al ver como el cantante de New Jersey suda la camiseta.