“Afán de gloria”, la novela que Luis del Val presenta hoy (20.00 horas) en Casa del Libro de Vigo, comenzó a gestarse hace doce años como un guión por encargo de una productora estadounidense aunque, designios de la vida, el proyecto no se materializó y la historia de Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, saltó al papel.

-¿Qué es lo que más le ha sorprendido de este personaje?

--La vida de este hombre excesivo en todos los sentidos, como lo fueron Santa Teresa de Jesús, Hernán Cortés, Juan Sebastián Elcano... Sólo hay dos países capaces de generar personajes tan excesivos: España e Inglaterra. Como novelista me ha interesado meterme en su piel, en su afán de trascendencia. Él quiere ser el héroe de su tiempo, emular al Gran Capitán, y demuestra tener un coraje y una capacidad de sufrimiento impresionantes tanto en el sitio de Arévalo contra de Carlos I como en el de Pamplona, a su favor. Cuando comprende que un militar cojo es imposible cree que ha acabado su vida, pero comienza a leer las historias de santos y se da cuenta de que son iguales que las que leía de caballería, y como soldado le impresiona la valentía de esos santos. Entonces, ese afán de gloria por España lo traslada al servicio de Dios. Por eso crea la Compañía de Jesús, que no la fundó para lo que hace ahora, sino para conquistar los lugares santos.

-¿Hoy también buscamos trascender?

-Vivimos en una sociedad decadente que no valora la excelencia, sólo al becerro de oro, la riqueza. Si eres corrupto y no te pillan, mejor que ser héroe.

-¿Y no es el afán de gloria otro becerro de oro?

-Tal vez hay un punto de vanidad al servicio de una causa y de una sociedad, pero Ignacio de Loyola no buscaba dinero porque los militares eran pobres, sino el reconocimiento.

-¿Qué encontrará el lector en esta novela sobre la vida del santo?

-Primero observará un siglo XVI y una vida de un hombre apasionante. Ignacio de Loyola conoció a Erasmo de Rotterdam, Lutero, Carlos I, Colón, Cisneros…, en una etapa de transición de lo mágico de la Edad Media al raciocinio del Renacimiento.

-¿Qué fue lo más complicado a la hora de encarar este proyecto?

-Documentarme. Tuve que estudiar libros de historia, del mueble… Y luego, durante ocho meses, intentar olvidarme de todo antes de ponerme a escribir. No he querido hacer un tratado histórico, sino una novela.

-¿Ha conseguido mantener la objetividad o el personaje ha terminado conquistándole?

-Me ha ganado desde el punto de vista humano, pero no oculto que mató a un hombre. Todo lo que se dice aparece en su tiempo. Las conversaciones son inventadas, claro, pero tan difícil sería demostrar que son verdad como que son mentira.

-La literatura le permite ese ejercicio pausado que sin duda no da el periodismo...

-Cuando escribes eres el dueño de tu destino, el máximo responsable. En el proceso de escribir estás tú y la pantalla del ordenador, sin intermediarios. La literatura es el arte con menos riesgo porque un arquitecto hace un trabajo que luego habita alguien. El escritor escribe y no hace daño a nadie si sale mal.

-A su propio ego tal vez...

-Al ego hay que castigarlo. Los escritores firmamos ejemplares, nos rodeamos de lectores, pero dentro de cien años sólo perdurarán uno o dos.

-Si no es trascendencia, ¿qué busca entonces en la literatura?

-La literatura es una necesidad de explicarte la vida. No tengo resuelto eso de que el universo sea finito. El escritor no hace otra cosa que escribir su biografía pero manipulándola.