“El optimismo es algo natural, consustancial al ser humano, se adquiere en la infancia, lo transmiten los padres y no habría que aprenderlo si todo fuera bien”. Esa fue una idea primera y central de la charla que ayer dio en el club FARO la catedrática de Psicología de la Complutense María Dolores Avia. Presentada por el periodista de esta casa, Julio Pérez, la conferencia respondía precisamente a esta pregunta: ¿se puede aprender el optimismo?

Es optimista, decía ayer Avia ante un público que abarrotaba el auditorio, alguien que, sin haberlo pretendido, vive con la idea de que la sociedad le depara cosas favorables. Es decir, una persona con esperanza. “Dicen que donde hay vida hay esperanza -comentó- pero mejor es decir que donde hay esperanza hay vida. Y, puestos a diseccionar el optimismo, podríamos decir que está asociado con variables como las emociones positivas, los repertorios positivos de conducta, la fortaleza de la personalidad, recursos, habilidades y virtudes”.

Para la psicóloga es importante poseer emociones positivas como serenidad, alegría, plenitud u optimismo en contraste con esas negativas clásicas como la ansiedad, tristeza, depresión o pesimismo. Y es que, según dijo, impulsan conductas positivas, van asociadas a creencias y actitudes positivas y aminoran los efectos del estrés. ¿Y cómo se puede fomentar el repertorio de estas emociones? A esa pregunta respondió con dos alternativas. “Una es lo que llamamos manipulación ambiental -dijo-, que sería estudiar condiciones en el exterior que pueden generarlas. Otra sería analizar las características de la personalidad que facilitan su aparición”.

Psicología positiva

María Dolores Avia habló de esa corriente llamada psicología positiva que dinamizó el americano Martin Seligman a finales de los 90. “De acuerdo con esta psicología positiva -afirmó- las emociones positivas son muy importantes para la vida y deben ser un foco de atención tan legítimo para padres y educadores como las negativas. Son fuente de crecimiento psicológico, amplían los recursos sociales, intelectuales y físicos y sirven a modo de cuentas bancarias de las que los niños echarán mano posteriormente. Aumentar estas emociones crea una espiral positiva equivalente a la que se forma en el caso de ese humor negativo que conduce a círculos viciosos y que por ejemplo tienen los depresivos”.

¿Y cuándo se forman esas emociones? preguntó Avia, tras anticipar que iba a hablar del papel de los padres. “El repertorio positivo -explicó- se forma en la infancia a base de generar confianza en los demás, relaciones de apego, visión cooperativa/competitiva de la vida, hábitos de competencia y disfrute...”

La psicóloga habló también del juego para resaltar la “absurda” exigencia de gravedad que a veces se hacen a sí mismas las personas e instituciones importantes. Recurriendo a la contraposición de conceptos antropológicos clásicos, como “homo faber” (el hombre que empezó a crear objetos artificiales) con el “homo sapiens” (el hombre que sabe, la denominación biológica de la especie humana), invocó la importancia del “homo ludens”, en el sentido del hombre que juega, que se interesa en la diversión. ““El gusto por el juego en el mejor y más amplio sentido de la palabra -afirmó-, es un elemento indispensable para una mente optimista. La misma cultura es un juego gigantesco con el len el lenguaje, los mitos, los cultos y misterios... El juego es inherente a la naturaleza humana, que se fuerza hacia algo superior como el honor, la excelencia, la victoria sobre lo más tedioso de lo terrenal. No debe ser patrimonio de la infancia y está asociado a la alegría”.

¿Y qué decir de ese tópico según el cual teniendo salud, dinero y amor mayor calidad de vida?. Según la psicóloga, paradójicamente, no generan forzosamente mayor calidad de vida, según se entiende de siempre. “Las grandes esperanzas -dijo- acaban decepcionando y lo que se valora son las pequeñas satisfacciones diarias. Las relaciones íntimas, de amistad, la red social amplia...”

“Es inteligente valorar lo bueno de las cosas”

En sus conclusiones, la psicóloga destacó en primer lugar que las emociones positivas como serenidad, alegría, plenitud u optimismo no son simples opuestos a las llamadas negativas, como la ansiedad, tristeza, depresión y pesimismo. “Lo que la investigación señala -dice ella- es que unas y otras surgen, desaparecen y se ven afectadas por procesos independientes. Poniendo un ejemplo, la depresión podría tener más que ver con la ausencia de emociones positivas que con la presencia de emociones negativas. De ahí se infieren cosas importantes como que la terapia eficaz de emociones negativas no puede esperarse que produzca necesariamente alegría, optimismo o plenitud”.

Otra alternativa

Otra de sus conclusiones fue que mejorar el ánimo positivo e inducir optimismo es un objetivo legítimo de la psicología en el que se deben invertir más esfuerzos. Explicado de otro modo, si la investigación en psicología se ha centrado en atajar lo negativo, contrarrestarlo, curar, atajar el daño, hay un gran estudio por hacer sobre la potenciación de emociones positivas. “Potenciar el repertorio positivo de personalidad es posible -dijo-, si partimos de investigaciones creativas y rigurosas, aún incipientes. Sus beneficios se harán evidentes no sólo en la prevención de la depresión, por ejemplo, sino en la mejora de las condiciones de vida en etapas en las que hay que echar mano de recursos ya aprendidos, como la vejez”. En ese repertorio positivo al que se refería incluía características como la curiosidad, la empatía, la admiración, los sentimientos de compasión y perdón...

Ser consciente de los aspectos positivos de la vida y sentirse agradecidos por ellos aumenta el afecto positivo, según la catedrática de psicología, y era mejor que centrarse en escollos. “Pongan a prueba esto y lo constatarán. Es inteligente ser optimista”.