En este país asiático en el que la superstición forma parte de la vida de su gente, casi todos los camboyanos procuran tomar algún tipo de precaución para prevenir el ataque de los fantasmas.

Este es el caso de varias familias de Krakor, en la provincia de Pursat, que depositan toda la confianza en unos muñecos de paja, perfectamente vestidos a modo de espantapájaros, que colocan en la entrada de sus casas con la finalidad de ahuyentar a los espíritus malintencionados.

"Aquí los fantasmas no entran", aseguró rotunda Vanh, mientras ajustaba los pantalones del espanta espíritus.

Más allá del temor universal hacia lo desconocido, los fantasmas condicionan la vida de los camboyanos, quienes los responsabilizan de todo tipo de desgracias.

"El miedo a los fantasmas se aprende de niño. Tiene un papel social, sirve para protegerse de los humanos. No lo creen así pero este es el resultado" explicó Sun Kemly, autora de una tesis sobre el temor que generan los fantasmas a sus compatriotas.

"A las chicas les dicen que no salgan de noche porque hay fantasmas, cuando en realidad esto sirve para prevenir que sean violadas o asaltadas por algún desconocido", añadió Sun a modo de ejemplo.

Formalmente, el 95 por ciento de la población camboyana es de religión budista.

"El budismo es sólo una capa superficial. En realidad, la mayoría en lo que cree es en los espíritus", apuntó el prefecto apostólico de Battambang, el sacerdote español Kike Figaredo.

En Camboya hay muchos tipos de fantasmas, tantos que el inventario es casi interminable.

Unos son los de los antepasados, llamados aquí "meba", cuyos espíritus castigan cualquier desorden en la familia.

"Cuando alguien hace algo mal el 'meba' castiga a un familiar suyo. Todo lo malo que le pase a la familia será culpa del que ha enojado al 'meba'. Es un sistema de control social y de defensa de los valores y la familia", explicó Sun.

Los más temidos son los "prey", fantasmas de mujeres que han tenido una muerte trágica, por ejemplo a causa del parto o durante el embarazo, o chicas violadas y asesinadas.

Éstos acostumbran a vivir en los árboles y tienen muy mal carácter.

"Son fantasmas especializados que atacan a gente similar a lo que eran ellas antes de morir", señaló.

El miedo a estas visiones es de tal magnitud que los difuntos que los generan merecen atenciones funerarias especiales.

"No los incineran sino que las entierran en el bosque. Hasta allí van dando rodeos y una vez llegan al lugar simulan la muerte del fallecido golpeándolo. Todo para despistar al fantasma, para que no sepa regresar al pueblo".

Otros fantasmas problemáticos son los "praet", el espíritu errante de algún sinvergüenza que, una vez traspasado, continúa cometiendo todo tipo fechorías.

La excepción a este terrorífico repertorio es "chumny puthea", el fantasma de la casa, uno de los pocos espíritus con atribuciones positivas, y que se dedica a proteger la casa, pero para ello hay que mantenerlo contento con ofrendas y buenas acciones.

"La mujer debe mantener la casa limpia, ordenada y la armonía del hogar. Si no lo hace, el fantasma se enfada, se va y destruye la familia".

El temor a los fantasmas no es solo una cuestión de zonas rurales.

"No conozco a ningún camboyano que no tema a los fantasmas", dijo un extranjero con muchos años de residencia en el país indochino.

Situada en el centro de Phnom Penh, la oficina de atención a las víctimas del Jemer Rojo, uno de los apéndices del tribunal internacional que juzga el genocidio camboyano, tampoco se ha librado de la temible presencia de espíritus.

"Un día vimos que la señora de la limpieza no limpiaba el lavabo del primer piso de la oficina. Le preguntamos porqué, y nos dijo que no quería entrar ahí porque había un fantasma", explicó Magalí, una francesa que trabaja en la oficina del tribunal como voluntaria.

"Son universitarios, gente con formación pero todos los camboyanos que trabajan en el primer piso bajan a la planta baja cuando tienen que ir al lavabo", añadió.