Junto a su marido, Ángel, se alojó en el hotel 'La posada de Alájar', un edificio del siglo XVIII del que quedaron prendados, y empezó un noviazgo que acabó en boda en 2003, cuando consiguieron la concesión para explotarlo comercialmente.

Ahora, esta pareja que ha recorrido el mundo en moto, ha decidido echar raíces de por vida en un pueblecito de 700 habitantes, al que han conseguido, con su hotel, que se cuadrupliquen las visitas cada fin de semana, gracias a una gestión sin pretensiones económicas y mucho cariño.

Su hija Sofía, nacida en Alájar en 2006, juega ahora por los pasillos del hotel.

Pregunta: ¿Cómo comenzó la historia de amor con este hotel?

Respuesta: Fue en 1998, cuando nos alojamos aquí por primera vez, tras llegar en moto. Somos moteros de toda la vida. Quedamos impresionados con el hotel y con el pueblo, y conocimos a gente como José Carlos, gerente del restaurante 'El Padrino', con el que siempre estuvimos en contacto, incluso cuando nos movíamos de aquí.

Íbamos y veníamos, en una época en la que se podía alquilar una casa aquí por cien euros al mes.

P: Entonces fue un flechazo del que ya no os pudisteis recuperar.

R: Y tanto. Nosotros lo comparamos a veces con La Alpujarra, aunque cuando aquello estaba menos masificado y era más bonito. La idea de gestionar el hotel cobró fuerza a partir de 2001, cuando nos avisaron de que la gente que explotaba el hotel se quería marchar.

Entonces nos planteamos en serio rehabilitar este edificio del siglo XVIII y ponerlo en marcha.

P: Pero vuestras vidas iban, claramente, por otros derroteros...

R: Sí -contesta Ángel-. Yo estaba cansado de intentar dar clases, y Lucy era directora de una academia en Sevilla. Así que dimos el paso en 2000 para irnos a vivir a Inglaterra. Nos compramos una casa y la rehabilitamos, con la idea de estar allí varios años, y fue entonces cuando nos dicen que los propietarios del hotel de Alájar se van. Nos miramos y decidimos dar el paso.

P: ¿Y cómo fue el tránsito hasta que os hicisteis cargo del hotel finalmente?

R: Pues se abrió un concurso para la concesión del edificio, al que se presentaron tres empresas más. Aunque creo que se decidieron por nosotros por una causa concreta: vinimos a entregar nuestro curriculum, y le dijimos claramente al alcalde que no sólo queríamos explotar el hotel, sino que queríamos vivir aquí. También ayudó que no se presentó nadie del pueblo. Había algunos estudiantes de turismo, pero nadie apostó tan claramente por vivir aquí como nosotros.

P: ¿Y cómo es posible tener abierto el hotel todo el año en un pueblo de 700 habitantes?

R: Con mucho trabajo, y sin perder nuestras aficiones. El primer año viajamos a Nueva Zelanda y Japón, y cerramos hace poco para ir a Lisboa.

Ahora, entre semana, hay días que no tenemos a nadie alojado, pero cuando llega mayo, hasta final de año no paramos. Así que nos tomamos con calma la temporada baja, porque sabemos lo que después se nos viene encima. Los seis primeros meses del hotel eran de 12 a 16 horas diarias de trabajo, pero ahora lo dosificamos mejor.

P: Tenéis en marcha la idea de abrir un segundo hotel en Alájar, ¿Qué tal va esa iniciativa?

R: Es un proyecto que va bien tras dos años. Mi hermano es el arquitecto, y tras algunos problemas para homologar el proyecto en Huelva, ya Turismo nos ha dado el visto bueno. Estamos muy ilusionados no sólo con el hotel, sino con todo lo que conllevará, como fomentar la energía geotérmica, con ideas como aprovechar el agua de lluvia para los sanitarios. Tendrá seis habitaciones. El actual tiene 10.

P: Entonces, ¿Habéis echado el ancla definitivamente en Alájar?

R: Lo tenemos clarísimo. Queremos tener más negocio, tener más gente y disfrutar más vacaciones. Por esta te juro, como dicen las gitanas, que de aquí no nos movemos.