- Simplificando, la moraleja de No siempre lo peor es cierto es que el tiempo ha demostrado que los gobernantes españoles no han sido tan nefastos como se les ha retratado…

- Exacto. Hombre, tuvimos gobernantes desastrosos como Fernando VII, aunque al final no lo fuese tanto; sólo tenemos que pensar en su hermano Carlos, todavía más peligroso. Pero en conjunto hemos tenido unos gobernantes similares a los de otros países. Estaban en la media.

- Entonces, quizá dentro de un siglo la percepción de nuestros actuales dirigentes mejorará…

- Puede ser. Como decía el clásico, nadie se puede llamar feliz o desgraciado hasta el último momento de su vida. La historia será la que dedicará un renglón, un párrafo o más de una página a lo que nos está pasando…

- Se le ve escéptica.

- Lo soy. Una de las cosas que reprocharía a nuestros gobernantes es haber recuperado el maniqueísmo, abrir la brecha entre unos y otros, la mala utilización de la memoria histórica, haber encendido pasiones que pueden enfrentarnos, decir que aquí estamos los buenos, allí los malos... Esa exacerbación de los peores sentimientos, esa manía de crear enemigos, no me parecen muy ejemplares. Por fortuna, la sociedad es más madura de lo que son algunos de sus políticos. Tenemos una clase política afianzada por la clientela y sólo preocupada por el poder frente a una sociedad que quiere prosperar y que sus hijos tengan mejor educación y mayor movilidad social. Y esa brecha acabará produciendo esas alternancias que son tan necesarias en democracia, porque como decía Montesquieu todo el poder tiende al abuso.

- Ahora que se habla de memoria histórica, ¿tiene nuestra clase política cultura histórica?

- ¡Cuánta les hace falta! Hace poco tiempo presidí una tesis sobre los años 30 en España y al investigador, un profesor joven, con una mirada limpia, le llamó la atención toda la literatura que había alrededor de los cinco años de la II República, que fueron terroríficos. Se encontró con textos hagiográficos, nostálgicos, como si se hubiera perdido la gran oportunidad... Verdaderamente la II República tuvo pocos republicanos defensores de la democracia. Y este investigador se sorprendía de que, sin embargo, los 47 años anteriores de estabilidad institucional y de desarrollo estuviesen ocultos, como si no hubiesen existido.

- Su discurso es sereno pero muy crítico. ¿Se siente el Pepito Grillo de los historiadores?

- En parte es verdad, aunque no me gusta marcar derroteros a nadie. Yo soy ferozmente independiente. Toda mi vida he ido contracorriente. Desde pequeña ya me decían esta niña se va a casar y a tener hijos, y yo pensaba “eso a mí no me va a pasar”. No sabía lo que quería pero desde luego sabía lo que no quería. Supongo que eso da una independencia de espíritu. La verdad es que nunca estoy con los míos porque no tengo míos. Y no me siento incómoda. No me gusta dirigir pero soy incapaz de no decir lo que pienso. Por ejemplo, que los nacionalismos periféricos y su deslealtad constitucional me parecen muy graves.

- ¿Es ése el último gran mito: los nacionalismos...?

- Es un delirio absoluto. El que gente que se considere de izquierdas se alíe con el nacionalismo y se vuelva al criterio del nacimiento, en este caso el del territorio, en lugar del criterio del mérito personal, es retroceder a lo peor del antiguo régimen y además acentúa la desigualdad entre los españoles. Hoy vivimos la fragmentación total, desde la educación a los impuestos. Vivimos un retroceso absolutamente delirante que pagaremos, incluso económicamente.

- El quid del nacionalismo es saber dónde está realmente el límite de sus peticiones.

- Es que no lo hay porque son insaciables. El sentimiento de pertenencia, la creencia de que somos diferentes, están bien pero sin dejar de mantener el sentido universalista. Ese nosotros que excluye a los demás y necesita un enemigo es terrible. Por eso los nacionalistas son victimistas y, definitivamente, insaciables.

- La crisis ha devuelto al primer plano asuntos como empleo, educación, sanidad, vivienda... frente a debates que durante años han marcado la hoja de ruta de la vida política...

- Cuando se tocan las cosas de comer, todo cambia. Y es que los últimos gobiernos han deteriorado la administración, no sólo con la fragmentación de las autonomías y esos miles de funcionarios que se solapan y que no podemos mantener. Han dañado gravemente los grandes cuerpos de la Administración del Estado. Han transformado a los funcionarios del Estado en funcionarios de partido, y eso es gravísimo, porque es la argentinización de la política. El peronismo desmanteló en los años 40 los Cuerpos del Estado y siguen sin levantar cabeza. Es muy difícil que el ciudadano medio tome conciencia de ese mismo riesgo, salvo cuando estalla una crisis; entonces se empiezan a ver los agujeros. Esa falta de sapiencia para resolver las cosas; las huidas hacia adelante, siempre improvisando en el último momento; la ignorancia supina; el que muchos cargos sean por razón de género o del grupo partidario al que pertenezcan... Aquí no se recurre a los mejores si no son de los nuestros, en el peor sentido de la palabra.

- Todo el mundo acepta que don Juan Carlos jugó un papel esencial en la Transición y en el 23-F, ¿pero lo sigue haciendo? Parece el Rey bombero, por ejemplo en política exterior…

- Eso es evidente, ¿no? El Rey es el símbolo de la unidad, de la moderación; es un estadista. No hay más que ver la cantidad de rotos que ha zurcido el Jefe del Estado en los últimos años. Su papel es indispensable. Nuestro Rey, con una extraordinaria inteligencia política, ha aprendido de la historia.

- Los líderes políticos de dentro de 15 años están ahora en la universidad. ¿Es optimista respecto al futuro?

- Mala educación llevan. Esto de cada gobierno haya utilizado su competencia en educación para fragmentarla y suprimir todo tipo de enseñanza histórica o de humanidades... La masificación ha roto la excelencia. Se ha pasado de un sistema muy rígido a la máxima permisividad y a un igualitarismo que no debe confundirse con igualdad. No todo el mundo sirve para todo, no todo el mundo debe pasar por la universidad.

“El poder trataba a los ciudadanos como inferiores”

- Es muy difícil hablar bien si se piensa mal. ¿Cómo calificaría la forma de hablar de nuestros políticos?

- Pobre. No me parece que sean grandes lectores o que hayan profundizado en algo, pero en fin, ya me conformo con políticos honestos y que gestionen bien, aunque ni lean. Jonathan Swift aconsejaba, con mucha ironía, a los empleados domésticos que cuando hiciesen algo mal, lo negasen siempre, contra toda evidencia, porque eso desmoralizaba al amo. Hoy los políticos nos desmoralizan. Vemos que con todo el cinismo niegan aquello que habían afirmado un día antes; jamás reconocen un error, y algunos hasta meten la mano en la caja, no se arrepienten y mucho menos devuelven un duro. ¡Pero oiga si es el dinero de nuestros impuestos! Nos hablan de forma paternalista, despectiva o aduladora, si estamos en época de elecciones. Nos tratan como si fuésemos inferiores.

- ¿El poder si no puede comprarte te aparta?

- Al poder político, ahora y antes, nunca le gustó escuchar voces críticas, por eso el poder corrompe.

- ¿Pero las tentaciones deben de ser fuertes?

- Supongo. Dicen que la independencia tiene un precio, pero a mí no me cuesta pagarlo.

- ¿Cree que éste es el siglo de las mujeres o sólo es una utilización oportunista de la clase política?

- Yo me dejo utilizar muy poco, pero veo un exceso de lo políticamente correcto que llega incluso a lo ridículo. La idea de la cuota y del victimismo constante no favorecen la verdadera independencia ni la libertad de la mujer.