"Esto se va a poner a caldo". Lo vaticinaba y se cumplió. Seis y media de la tarde en Vigo. Treinta minutos antes de la hora prevista, Moncho Borrajo ya está sentado, pluma en mano, frente a una pila de sus nuevo libro, Gatos, y una fila de caras expectantes. Ni una pausa para enjuagarse la garganta, y la pregunta del millón: Hola Moncho, ¿te acuerdas de mí? Más de un centenar de personas se acerca para llevarse una firma y un dibujo personalizado y todos (sí, todos) pretenden ser reconocidos por el humorista. "¡Pero si llevo treinta años fuera! No puedo acordarme de todos los vigueses!". Ese aparente mohín es sólo un postureo momentáneo. Sonríe, besa a su antigua vecina del segundo, a dos compañeros de batallas en su etapa en los Maristas ("una de las más felices de mi vida")..., recuerda batallitas juveniles y su mano derecha parece que va a comenzar a echar humo. Pero él se siente un hombre amable por naturaleza y reconoce que la fama no le agobia. "¡Siendo cariñoso es tan fácil hacer felices a los otros!, expresa.

Esta visita a Vigo la realiza poco antes del que, piensa, será su asentamiento definitivo. El 14 de febrero realizará sobre las tablas de un escenario su último espectáculo. Una actuación en el Coliseo de A Coruña que pondrá broche final a una etapa en la vida del artista. Y ya planea escribir, pintar y exponer en la ciudad olívica a partir de la próxima primavera. "Hay que dejar la fiesta dos minutos antes de que te echen", opina para referirse a su jubilación escénica, porque en este país_"la gente no perdona".

Decía Mark Twain que detrás de toda risa se esconde un gran dolor, y es por eso que no hay humoristas en el cielo. Algo de verdad debe de existir detrás de esa cita. Borrajo sabe bien de eso y una gran parte de las viñetas que conforman Gatos contiene esa crítica sutil, mordaz. La retranca gallega se escapa de cada una de las páginas de una obra que ha prologado Manuel Rivas.

Para acometer la elaboración de su libro número 18 (el cuarto en gallego), el humorista ourensano compaginó sus giras teatrales con un estudio exhaustivo de los rasgos, posturas y actitudes de los gatos. Enseña varios diseños con orgullo ("mira este aquí que riquiño") mal disimulado. Todo fue minuciosamente organizado por él, salvo el orden, por lo que pasa las páginas contrariado para encontrar el felino con la mancha en el ojo que quieremostrarle a una chica. Es todo un conjunto muy "castelaniano", con una importante carga irónico-costumbrista. Una ojeada al comportamiento de la clase política y la sociedad en general.

Borrajo, eterno crítico mordaz de un sector, el de los dirigentes, que ha ido perdiendo carisma y se ha vuelto más una clase "de cortello"también arremete contra los humoristas que creen haber adoptado su actitud crítica y lo que se han vuelto es "políticamente correctos". Añade farfullando, malicioso, "para no perder el trabajo".

Es optimista y cree que su libro podría bien ser el regalo perfecto para estas navidades: "Son chistes que cualquiera entiende y que fueron pensados para la mentalidad gallega. Perderían mucho si se tradujesen". Por lo que se ve, muchos vigueses opinan lo mismo.