La eutanasia y el suicidio asistido han vuelto a la boca de los ciudadanos esta semana después de que la cadena británica Sky Real Lives emitiera el jueves un documental sobre el suicidio asistido de Craig Ewert. El profesor estadounidense paralítico viajó a una clínica suiza en septiembre de 2006 para poner fin a su vida al estar esta práctica penalizada en el Reino Unido.

Para que los deseos de los pacientes se vean respetados al final de sus vidas existe la posibilidad de recurrir a los testamentos vitales -o también llamados documentos de voluntades anticipadas-. Precisamente, la consellería de Sanidade daba a conocer estos días los datos sobre el número de inscripciones en el Rexistro Galego de Instrucións Previas (Regaip). Hasta la fecha, tan sólo 79 personas se han acogido a esta iniciativa de la Administración.

En estos testamentos vitales los pacientes expresan sus voluntades de tratamiento cuando su deterioro físico y/o mental no le permita tomar decisiones sobre su cuidado médico. "No tiene por qué resultar difícil pensar en el futuro, ya que esto es una consecuencia de tu forma de vivir y de tus conceptos de ética y vida", señala Carmen Vázquez, presidenta de la asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD) en Galicia. "Haciendo uso de nuestros derechos y obligaciones, no debería ser necesario salir de España para morir como uno quiere", añade.

Pero, ¿cuáles son los motivos que llevan a estas personas a realizar un testamento vital? "Mi esposa murió hace años de una enfermedad degenerativa. Aunque pedía constantemente la sedación, el médico se la administró cuando lo consideró oportuno, a pesar de tener un testamento vital. Yo no quiero pasar por lo mismo", explica José Neira, de 76 años y natural de Culleredo (A Coruña). "A mi edad, en cualquier momento me puedo encontrar en una situación complicada y no quiero ser una carga para la familia y la sociedad", matiza.

En contra de los tratamientos artificiales que puedan alargar su vida, "¿qué esperanza de vida y en qué circunstancias me garantizan que voy a vivir?", se cuestiona Neira.

El caso de Cristina, de 36 años, es diferente. La viguesa padece una enfermedad crónica degenerativa que le impide llevar una vida normal. "Antes de detectarme la enfermedad ya estaba a favor de los testamentos vitales, pero una vez se confirmó, no me lo he pensado", argumenta.

En sus ingresos en Neurología ha sido testigo de "gente que sufría infartos cerebrales, y a mí no me gustaría pasar por la misma situación que ellos". En contra de lo que pueda pensar la sociedad, "las personas asociadas a DMD o con documentos de voluntades anticipadas somos personas vitalistas y amantes de la vida, y es por este motivo por el que no queremos una muerte con sufrimiento", sostiene.

El respeto y el apoyo de sus familiares son un punto en común, al igual que Elías Pérez, lugués de 47 años y profesor de Filosofía y Ética. Coautor de "Sobre o dereito a unha morte digna" y editor de "Muerte digna: 10 reflexiones sobre la eutanasia", realizó su primer testamento vital, aunque sólo de carácter testimonial, en 1991, que modificó en 1998 y que registrará brevemente en el Regaip. "En caso de enfermedad terminal y definitiva sin capacidad de recuperación, pido a mi médico que acabe directamente con mi vida", explica. "Nosotros insistimos en la necesidad de socializar las declaraciones para que no haya malentendidos y para que nuestra decisión de poner fin a nuestra vida se lleve a cabo con legalidad", añade.

Proteger al médico en caso de problemas jurídicos y terminar con la agonía son los motivos que han llevado a Elías Pérez a realizar un testamento vital. "Se necesita información y mirar la muerte de frente ante este tipo de enfermedades", afirma el profesor. Todos ellos consideran necesario anticiparse a unas circunstancias a las que todo ciudadano está expuesto.