"Cada libro es producto de una época porque la historia está en construcción permanente. Los hechos se van acumulando progresivamente y, en la medida en que cada vez hay más fuentes de datos, se cambia y hace más complejo el estudio del pasado". Eso dijo ayer en el Club FARO el catedrático de Historia Antigua en la Universidad Carlos III de Madrid, Jaime Alvar. "La península ibérica antes de Roma" fue el título de su charla, si bien prefirió centrarla más en las vías de acercamiento o interpretación del pasado que en la descripción del mismo.

Presentado por Pilar Lorenzo, titular de Filología Románica en la Universidad de Vigo, el historiador y director del Instituto de Historiografía Julio Caro Baroja dijo, para respaldar su afirmación inicial, que nunca antes se había excavado tanto y con tanto acierto en España como en los últimos 30 años, lo que permitió obtener unos datos con los que no contaban historiadores de antes que han renovado el conocimiento histórico. "La experiencia del presente -afirmó- nos relaciona con el pasado de forma diferente a la que la habían planteado conocidos historiadores. Los modelos de interpretación de la historia se han modificado mucho desde los años 60 y,, en lo que respecta a la etapa preromana que hoy nos toca, aún subsiste un gran problema con las formas de identificación del presente sirviéndose de ella: dicho en síntesis, hay una instrumentalización del pasado por el presente".

Alimentación mutua

Lo que piensa Alvar es que cualquier reconstrucción está sometida a planteamientos ideológicos previos. En su opinión, lo interesante es aceptar que no podemos sustraernos a nuestra propia realidad, sobre la que incide constructivamente nuestro pasado, ni a la idea de que pasado y presente se alimentan recíprocamente en virtud de la percepción subjetiva que de aquel se construye a partir de nuestra posición más o menos crítica ante el presente que apasionadamente experimentamos.

"Pero al mismo tiempo -afirmó- somos víctimas de la documentación que tenemos para crear nuestra propia imagen del pasado. Podemos mantener posiciones más o menos críticas ante el valor y representatividad de las fuentes de información, pero nadie es ajeno a los modelos de construcción histórica en los que se integra en el espacio académico".

Alvar no se anduvo por las ramas: "No podemos acudir ya a la idea inocente de que se puede hacer una historia objetiva. El historiador de hoy debe dejar clara la perspectiva desde la que está haciendo su interpretación de modo que el lector pueda abordarla con el conocimiento con el que compra uno u otro periódico".

El historiador puso como ejemplo de la continua necesidad de revisión del pasado esa idea de lo clásico como ideal canónico. "Es una simplificación con la que justificamos nuestra herencia cultural -dijo-. ¿Porqué no pensamos, por ejemplo, que el esclavismo es también propio de la Edad Clásica?".

Víctimas de una tradición

Otra idea que resaltó Alvar: no hay más interés que el tiempo presente y mirar a la Antigüedad es un recurso para entenderlo o justificarlo. Somos víctimas de una tradición historiográfica según la cual el término civilización -que atribuiríamos a los griegos- es positivo y cuando no lo queremos entender así lo llamamos invasión. "Dicho de otro modo -matizó- , somos víctimas de un proceso de interpretación del pasado según el cual hay colonizadores buenos y otros no tan buenos, que son los invasores. Los griegos serían los espíritus civilizadores que llegan a la península ibérica sin interés alguno, para enriquecernos con su cultura, los amantes de la libertad y fundadores de nuestra cultura occidental; los fenicios, en cambio, son los invasores porque no otra cosa pueden ser gentes mentirosas, dedicadas a trapichear con el comercio. Claro, la historia legada la escribieron los griegos".

Desde el Romanticismo, dijo Alvar, se cree que hay una esencia cultural de los pueblos y que la nuestra procede de la cultura más elevada, la grecolatina.