Natalia Vaquero / Las Palmas

Acostumbrado a recibir todo tipo de galardones, ¿qué significa para usted ser ahora reconocido con el Cristóbal Gabarrón?

- Este premio tiene un significado muy especial porque lo concede un jurado muy competente que siempre se ha fijado y promocionado a artistas internacionales. Es la primera vez que se le concede a un español y eso me llena de orgullo.

- A sus 83 años sigue trabajando sin descanso, ¿se puede decir que es el hierro el que le mantiene activo y juvenil?

- He aspirado tanto hierro en mi vida que creo que me he fosilizado. Además, mi trabajo no deja de ser un ejercicio físico muy fuerte. Algo tiene que ver también mi genética porque he tenido una familia muy longeva. Otro de los factores que influyen en mi dinamismo es haber llevado una vida muy tranquila y bella. Mi infancia está llena de recuerdos maravillosos.

- ¿Quiere decir que usted nunca se ha desmadrado?

- También he tenido mi época de pasión porque sin pasión no hay vida. He sido apasionado en todo, a pesar de que me tocó vivir unos momentos tan dramáticos como los del llamado alzamiento nacional. Yo prefiero hablar de golpe franquista y lo que esto supuso. Al tener que vivir con muchas carencias tuve que agudizar mi imaginación. Mi generación era muy espartana y aprendimos a sobrevivir con muy pocas cosas. Siempre he tenido una gran alegría por vivir y mi pasión nunca fue desenfreno. He sido un trashumante que vuelve de vez en cuando al origen de su vida.

- ¿Influyó el trabajo de su padre en los talleres de los astilleros del Puerto en su decisión de ser escultor?

- Mi padre dirigía unos talleres en el Puerto y yo veía la inmensidad de esos barcos que llegaban cerca del Castillo de La Luz. Ese paisaje formaba parte de mi cotidianidad y la artesanía era parte de mi vida, una vida basada en el mar y la tierra. En mi entorno surgió además un germen cultural con el grupo Gaceta y una gente muy moderna que formaron en Canarias una especie de elite. Éramos un grupúsculo con una vida muy monótona por la cortedad de la Isla y su lejanía. Podíamos oír hasta el zumbido de una mosca, pero eso nos permitía leer y pensar.

- ¿Qué pasó luego?

- Que mi padre me dijo que ya era un hombre y que tenía que trabajar. A partir de ahí se me complicó la vida. Me fui a Madrid con la intención de estudiar Filología. Luego hice Bellas Artes. Muchos de los artistas eran bohemios e incluso analfabetos, pero eran también gente de pasión.

- No entiendo por qué que se le complicó la vida.

- Yo siempre había soñado mundo ideal. No me había planteado que había que hacer para vivir. A mi padre no importaba que me dedicase al arte y me llevó a la academia de Manolo Ramos. La primera esculturita que hice la vieron unos amigos míos ingleses y me regalaron una caja de plastilina. Tendría menos de 14 años y mi hermana me pidió que le hiciese un belén. Ahí se reafirmó mi vocación. Ya me decían que iba a ser escultor. Cogía madera y hacía aeroplanos con pasión y descubrí en mí la destreza de mis manos. Me entretenía así. Hay que tener en cuenta que soy el número 11 de una familia y viví soledad de los últimos hijos. Vivía en el entorno de esa tribu igual. Soy un hombre que observa de lejos sin tocar.

- Pero sí que toca el hierro hasta el punto de hacer figuras que destacan por su impresión de levedad.

- Es una obsesión que tenemos todos los escultores españoles y yo llevo a la máxima expresión aquello de un mínimo materia y un máximo de expresión.

- Y Canarias siempre referencia de sus obras, sin embargo, nunca ha vuelto a residir en la Isla.

- No se por qué. Vivo ensimismado en aquello que quiero y el lugar se convierte en entelequia, una pasión, pero nada real.

- ¿No cree usted que abusa de su reconocida espiral?

- La espiral es un dato, la rúbrica de mi vida. Tiene una connotación de mito, de lo impenetrable. Es simple y a la vez hermosa y se halla en ocho civilizaciones muy distintas. La espiral es un emblema que tiene la capacidad de sugerencia del mito y de lo que significa vivirlo, un marchamo. Es una especie de tatuaje que llevo en mi corazón forma permanente. La modernidad no deja de ser sencillez.

- ¿Ha cambiado su forma crear con el nuevo siglo marcado por la complejidad?

- No soy ajeno a nada, cuando me meto en mi sólo existen el yunque, el el fuego y el agua. Nunca rechazado nada nuevo, me he dejado llevar.

- ¿A qué tiene pavor?

- A nada, ni siquiera muerte. Soy un lobo estepario que siempre tira para adelante. Soy un estoico que aspira a vivir más para seguir trabajando.

-¿Sigue pensando que los impedimentos a su soñada fundación en el Castillo de La Luz responden a prejuicios políticos?

- Probablemente. La anterior corporación municipal pensó que esa fundación podría ser un homenaje que me debía la ciudad. Si la actual lo ve así, también lo entiendo.

- Hay quien propone que impulse usted mismo esa fundación.

- Tengo una obra muy importante y pensé que para la ciudad podía ser bueno tener esa fundación en un sitio tan especial como el Castillo de La Luz. Se podría escapar así la atonía que vive la cultura canaria. Ese proyecto podría complementarse con un museo de escultura contemporánea. Un pueblo que desprecia su cultura es un pueblo miserable. La cultura no es sólo música y refinamiento, es algo más complejo que se escribe con mayúsculas.