«El mundo ha cambiado mucho más en los últimos cien años que nunca antes. Y la razón no es política ni económica, sino tecnológica: tecnologías que derivan a los avances de la ciencia. Claramente, ningún científico representa mejor esos avances que Einstein», escribe Stephen Hawking, alumno aventajado del padre de la teoría de la relatividad y premio «Príncipe de Asturias». La teoría de la relatividad, esbozada por Einstein en 1905, cuando tenía 26 años, abrió las puertas a una cadena ininterrumpida de descubrimientos; entre ellos, la energía atómica.

Albert Einstein nació el 14 de marzo de 1879 en Ulm, una ciudad que formaba parte del nuevo Reich alemán. Era un niño solitario al que le costaba mucho hablar; padecía de ecolalia, lo que le obligaba a repetir frases para sí antes de pronunciarlas. Esta dificultad se fue transformando en una virtud: Einstein pensaba en imágenes. Y fueron fundamentales para popularizar sus teorías; en vez de complejas ecuaciones matemáticas, hablaba de trenes en movimiento, de rayos, de ascensores en caída libre.

A los cuatro o cinco años tuvo una experiencia con una brújula que lo dejó fascinado. El movimiento de la aguja magnética le hizo ver que había un orden oculto detrás de las cosas. A los dieciséis tuvo su primera intuición relacionada con la teoría de la relatividad, al imaginarse cómo sería correr junto a un rayo de luz. Rebelde contra todo tipo de institución autoritaria, diría que «el respeto ciego por la autoridad es el gran enemigo de la verdad». Graduado en el Instituto Politécnico de Zurich en 1900, no logró un empleo académico hasta nueve años después, a los cuatro de haber publicado sus trabajos más conocidos. Hay quien cree que su carácter y su judaísmo fueron los inconvenientes que le impedían acceder a la Universidad. Un trabajo en una oficina de patentes de Berna le dio libertad para la investigación.

Tras abandonar Alemania por la llegada de los nazis al poder, se instaló en Estados Unidos, en la Universidad de Princeton. Nunca salió de aquel país pese a que la vida allí nunca llegó a satisfacerlo. «Aparte de un puñado de muy buenos científicos, ésta es una sociedad tan aburrida y estéril que te haría temblar», escribió a un amigo europeo. Einstein falleció en 1955, pero su legado es eterno.