M. Mato/ M. Marcos/ S.P. / VIGO

Su primera cámara la adquirió en los Pirineos a donde llegó con sus 18 años para trabajar como mecánico. Era una Kodak de cajón con la que se coló en un arte que le daría la vida. Tras los paisajes de las montañas, Virxilio Viéitez aprendió en la costera Palamós las nociones del posado en un estudio de un fotógrafo catalán para poco después regresar a Galicia para hacer las cosas a su manera y con su gente.

En 1955, en Terra de Montes, comenzaría la leyenda de uno de los grandes fotógrafos gallegos. Su magia residía en ofrecer dignidad y armonía con el entorno por muy bucólico o anodino que fuese. Hasta ese momento, nunca las coles y las calles embarradas habían dado solemnidad a una imagen. Viéitez, además, les añadía magia.

Quizás, la imagen de una mujer posando junto a una radio que iba destinada a su hijo emigrado en Venezuela sea la foto más conocida pero infinidad más relatan historias de los años 50 y 60, comunes a todos los gallegos. La joven con gafas de sol en una finca y rodeada de coles; la mujer y el niño vestidos impolutamente con una cabra blanca llevada como mascota; el pequeño vestido de primera comunión con una pared de piedra como fondo o la chica de vestido largo posando con un telón y una tela sobre un suelo desnudo son otros ejemplos.

La austeridad solemne

Al igual que Manuel Caamaño -otro de los fotógrafos históricos gallegos, de la Costa da Morte, ya fallecido- Viéitez se caracterizaba por la austeridad, por un estatismo de los retratados que reforzaba la solemnidad del momento, con tomas frontales y una composición perfecta que poco tiene que envidiar a los de los maestros mundiales.

Los acontecimientos familiares de sus vecinos y clientes tampoco se le escaparon, ni siquiera, los velatorios. Sus fotografiados querían un recuerdo, una prueba de vida e incluso del último momento no tanto para su propio consumo sino para enviar a aquellos que no estaban cerca, aquellos familiares en América. Que mejor que una imagen para explicarles todo.

Los creadores de la Fotobienal de Vigo, Xosé Luis Suárez Canal y Manuel Sendón, primero; la Agencia Vu, después, y últimamente los responsables de la editorial La Fábrica -que también organizan PHotoEspaña y que el pasado mes publicaron un libro dedicado a Viéitez- supieron ver en sus imágenes de los años 50 y 60 los trazos de calidad y documentalismo social de los maestros universales. La ciudad de la luz se rindió a su obra en enero de 1999, cuando Viéitez tomó por primera vez en su vida un avión para llegar a París.

Como el norteamericano Paul Strand (1890-1976), Viéitez supo contar la historia de la gente común amparado por el refuerzo del blanco y negro. Sus retratos tenían la misma dignidad y fuerza que los del alemán August Sander (1876-1964), aunque el gallego no conociese la obra de ambos, situados en el limbo de la fotografía al que él también se ha sumado.