A pesar del intenso calor que hoy castigaba esta ciudad mediterránea, miles de fieles y decenas de personalidades de todas las tendencias políticas y religiosas se acercaron a presenciar su beatificación en la céntrica Plaza de los Mártires.

A las diez de la mañana (07,00 GMT), comenzó el oficio religioso, presidido por el cardenal José Saraiva Martins en el que el monje capuchino padre Santiago -fallecido en 1959- fue declarado beato en nombre del papa Benedicto XVI.

Como si fuera un acontecimiento de gran corrección política, no faltó ninguna de las religiones a la cita: el presidente del país, el cristiano maronita Michel Sleiman, el primer ministro, el musulmán suní Fuad Siniora y el jefe del Parlamento, el chií Nabih Berri escucharon en francés y en árabe la misa junto al patriarca maronita, Monseñor Nasrala Sfeir.

Entre la congregación de creyentes destacaban el blanco y amarillo de las banderas vaticanas y el rojo, blanco y verde de las libanesas, que se mezclaban con algunos estandartes palestinos e incluso iraquíes, así como con el retrato del nuevo beato que lucía en muchas camisetas de los fieles.

"Algo grande ocurre en el Líbano. Todos necesitamos la fe para salir de esta situación anormal que vive nuestro país. La beatificación de Abuna Yacub podría constituir un signo de Dios", aseguró la libanesa Yola Haddad que participó en la ceremonia.

Incluso algunos extranjeros, como la francesa Emmanuel Putman, asistieron a una ceremonia que es toda una rareza en Oriente Medio, donde el cristianismo está en franco retroceso.

El calor, que azotaba la plaza en esta pesada mañana de julio, acabó haciendo mella en algunos creyentes.

Más de una docena de personas sufrieron desmayos y tuvieron que ser socorridas por miembros de la Cruz Roja Libanesa, que además de movilizar numerosas ambulancias levantó una carpa de primeros auxilios.

Abuna Yacub, cuyo verdadero nombre era Jalil Hadad, nació el 1 de febrero de 1875 en Ghazir, a unos 25 kilómetros al norte de Beirut, en el seno de una modesta familia de ocho hijos.

Admitido en la orden de los Capuchinos el 25 de agosto de 1889, Yacub consagró su vida al servicio de los pobres, de los oprimidos, de los enfermos y de los abandonados.

Tanto el ex presidente libanés Alfred Nacach como los ex primeros ministros Riad Solh y Abdala Yafi, que lo conocieron, aseguraron haber quedado impresionados por su personalidad.

Descrito como inteligente y trabajador, Abuna Yaqub, una vez terminados sus estudios en el Líbano, encontró una plaza de profesor de árabe en el Colegio de los Hermanos de las Escuelas Cristianas de Alejandría, donde sintió la llamada de la fe.

Convencido de su misión como predicador apostólico, apoyaba sus sermones en las Sagradas Escrituras, en la oración y la meditación.

Sus discursos, en árabe popular, fueron siempre cercanos al pueblo y en ellos era capaz de unir los textos y enseñanzas de las Sagradas Escrituras con fábulas, historias populares y anécdotas diarias.

Al padre Yacub se debe la fundación de la Tercera Orden de San Francisco, una agrupación de laicos, hombres y mujeres, que sin dejar a sus familias ni sus ocupaciones, se comprometieron a vivir intensamente los consejos evangélicos.

También creó la congregación de Las Hermanas Franciscanas de la Cruz del Líbano y fundó el Hospital General de San José, el Hospital de la Cruz para enfermos mentales, el de Deir el Kamar para los jóvenes discapacitados y el de Nuestra Señora para las enfermedades crónicas.

Contribuyó a mejorar las condiciones de sacerdotes enfermos y ancianos, o de niños huérfanos, pero lo que definitivamente ha acelerado su beatificación es un supuesto milagro.

Marie Catan, una mujer que padecía un cáncer en estado muy avanzado, sanó repentinamente tras haber visto en sueños al Padre Santiago, y aún sigue viva.