Le preguntó la presentadora a Santamaría si su llegada al mundo de la cocina había sido casual y respondió que él había tenido la suerte de una familia en la que ambos padres cocinaban y acabó enganchado por ese ambiente tan proclive a lo gastronómico. "Trabajé en principio como dibujante técnico varios años pero aquello no me satisfacía. En la casa familiar de Can Pallés abrí hace 27 años con mi mujer un restaurante; ahora han pasado otros tantos y tengo 42 empleados. Pero montar un restaurante y hacerlo sobrevivir es muy duro. Tiene que gustar porque esta profesión exige grandes dosis de voluntarismo. Lo que empiezas sintiéndolo como prolongación de un `hobby´ se convierte en un trabajo profesional muy exigente, que te obliga a acostarte tarde y levantarte temprano y reflexionar cada día sobre lo que haces".

Santamaría, que se pregunta cómo es posible que productos que no son aconsejables para la salud se estén consumiendo en buena parte de los restaurante más importantes de este país" y pidió la "intervención" de las autoridades públicas en la exigencia de información al cliente, dijo lo que le evocaban etiquetas como "tecnoemocional" aplicadas a la nueva cocina: "Me suena a publicidad de un coche fantástico o algo así".

¿Asistimos al ocaso de la cocina doméstica y al imparable declive de la cultura gastronómica mediterránea? ¿Es la «macdonalización» de los hogares e incluso de los grandes restaurantes un proceso imparable? ¿Debemos sentirnos orgullosos de una cocina que llena nuestros platos de gelificantes y estabilizantes de laboratorio? Estas y otras preguntas estaban en el substrato del coloquio que tuvo lugar ayer. Y Santamaría dijo lo que le pondría a Ferrán Adriá si fuera a su restaurante: "unas amarantas cesáreas impresionantes y muy frescas".