La lucha de los que sobreviven en la miseria en Asia centró la proyección-coloquio de David Jiménez (Barcelona, 1971), corresponsal del diario "El Mundo" en Asia desde hace diez años. El periodista, que narró las historias de diez niños desfavorecidos en el continente donde viven 69 de cada cien habitantes del mundo, subrayó que hay que diferenciar entre pobreza y miseria: "Si un niño tiene lo suficiente para comer, un entorno familiar que le quiere y va al colegio, entonces puede ser feliz -matizó-. Pero cuando en vez de carencia tienes indignidad, los niños no pueden ser felices. Siempre habrá pobres, pero no se puede permitir que se viva en la absoluta indignidad".

Para Jiménez, que ha cubierto numerosos conflictos, entre ellos los de Afganistán, Cachemira y Timor Oriental, la pobreza parte de una actitud, que es la indiferencia. "A los políticos se les llena la boca diciendo que hemos dado el 0.5 por ciento. Hay que hacerse la pregunta de cuánto nos importa. Lo fundamental es el cambio por el cual decidamos que es intolerable que yo haya podido escribir un libro sobre niños que viven en las alcantarillas".

El volumen al que alude David Jiménez es "Hijos del Monzón" (editorial Kailas), la historia de diez niños asiáticos que sobreviven con coraje y dignidad en medio de la más absoluta miseria. Entre ellos, Reneboy, un niño filipino que conoció al cubrir una avalancha de basura que mató a más de doscientas personas en un suburbio de Manila. Cinco o seis años después de conocerle, volvió al vertedero, una montaña de inmundicias de treinta metros de alto, y el muchacho seguía allí: su vida no había cambiado. "Lo peor de la pobreza son esos lugares en donde la gente ha perdido la esperanza", admite el periodista.

El sida en Camboya

Otro de los casos más impactantes que narró fue el de Vothy, una niña camboyana que nació con el virus del sida, y que sobrevivía en un hospital donde los medicamentos que convierten la enfermedad en crónica -y no mortal- aún no han llegado. "Me sorprendió por la alegría de esa niña -recordó David Jiménez-. Unos años después volví al hospital y la niña murió de sida sin que a nadie le importara". Paradójicamente, la epidemia llegó a Camboya llevada por los soldados de la ONU desplegados para ayudar al país a principios de los 90. Antes de su llegada sólo se había declarado un caso de sida en el país.

Se refirió también a su encuentro con una niña afgana llamada Mariam, que huyó de los talibanes y acabó en un campo de refugiados en Pakistán. "Los talibanes detestaban a las mujeres y les tenían miedo. No las dejaban ir al colegio ni podían salir solas de casa. Prohibieron sonreír; imagínense lo que es eso para un niño". Después de la caída del régimen talibán, la niña volvió a Afganistán. "Los talibanes están intentando ahora recuperar el poder -advirtió el periodista-, por eso es importante que hagan algo los países que tienen capacidad para ello".

Su primera misión informativa como corresponsal transcurrió en Indonesia, durante las revueltas estudiantiles que derribaron la dictadura de Suharto en 1998. El joven Teddy recibió un balazo y no vivió para ver que su sacrificio sirvió para cambiar el país. "Fue el primer fallecido por impacto de bala que vi -contó Jiménez-. Luego volví y descubrí que su padre había sido militar de la dictadura de Suharto durante 40 años. Ese contraste generacional es algo que producen las dictaduras, envenenan a varias generaciones".

Sin embargo, en el fondo del relato de David Jiménez hay un mensaje de optimismo, la seguridad de que se puede salir de la miseria. A los jóvenes les aconsejó salir del mundo en el que se vive, "viajar y conocer otras culturas. Es la gente joven la que puede cambiar este mundo", sentenció.