En el fondo todo tiene su origen en los códigos de funcionamiento de nuestro cerebro, que es espejo y creador de todo lo que nos rodea. El cerebro es el fundamento, lo que da justificación a todo". Eso dijo Francisco Mora, catedrático de Fisiología Humana en la Complutense de Madrid, en su conferencia ayer en el Club FARO sobre "Placer, felicidad y cerebro".

Presentado por Juan Gómez, jefe del Servicio de Neurología del Hospital Xeral, Mora insiste en una idea: hombre y todo cuanto ha sido su obra a lo largo de los siglos es producto del cerebro humano. Si profundizar en el humanismo es conocer con mayor profundidad al hombre, el nuevo humanismo debe estar fundado en el conocimiento del cerebro. "La neurocultura -afirma- debe así fundar el autoconocimiento humano, personal y social, en campos como la filosofía, la teología, la ética, la sociología, la economía y el arte. Yo creo que no tendrá parangón esta nueva cultura que asoma ya en este siglo basada en el conocimiento del cerebro y que cambiará los conceptos con que se valora la realidad".

Tras ese preámbulo se centró en el tema de la conferencia. "Mucha gente -dijo- identifica placer y felicidad como si de una sola cosa se tratara, sin darse cuenta que son vivencias diferentes y que uno comienza cuando termina el otro. El placer es un desequilibrio que mueve a la acción, a la lucha, a la consecución de algo. La felicidad, por el contrario, es un equilibrio que mueve a la contemplación, la generosidad, el altruismo y da paso a otros múltiples sentimientos. El cerebro humano, producto de 700 millones de años de evolución, no está diseñado para alcanzar la felicidad, pero sí para su búsqueda. El objetivo final en el diseño de todo cerebro es la lucha por la supervivencia".

Placer y recompensa

En un análisis más básico se puede decir, según el catedrático, que el placer es producido por una condición de inestabilidad del organismo. "El hambre, la sed, el calor, el frío, la falta de sueño, el impulso sexual, son estados de insatisfacción, desaliento y búsqueda, de dolor en su nivel extremo, a cuya restauración empuja el placer".

El placer, la recompensa, y la evitación del daño y el dolor son para Mora el centro del mundo biológico. Es, según él, una idea central esculpida a fuego en lo más profundo del cerebro de todos los seres vivos que pueblan la tierra y puesta en marcha ya desde el origen mismo de la vida. En ese sentido, el placer iría muy parejo al dolor, una cosa podría generar la otra.

Superando los conceptos semánticos de la Real Academia, lo que este pasional divulgador de la ciencia explicó fue que, en realidad, el placer es un señuelo, un engaño, con el que el cerebro azuza al individuo a conseguir aquello que le falta. El alimento es placentero cuando se está en necesidad de él, cuando se tiene hambre, por eso se busca. Y lo mismo el agua o el sexo o una manta si se tiene frío. Cuando se tiene hambre el placer se anticipa a la propia ingesta, motivando a su logro, por eso el placer es también anticipación. En una situación de privación sexual el placer se adelanta ya con la visión de la pareja. "Pero el placer acaba, todo el mundo lo sabe, tras la consumación, cuando uno está saciado. Después de la ingesta de una buena y abundante comida el alimento no resulta ya placentero, por eso se rechaza. Y es entonces, tras ello, cuando calmada esa hambre y en ausencia de placer, que uno se siente bien. Precisamente, ahí comienza la felicidad".

La felicidad -según él- deviene tras extinguirse el placer. La felicidad es un estado de consecución, de restauración del déficit, de la vuelta del organismo a su estado de equilibrio. Ese "ahora ya me siento bien" tras una buena comida no es placer, es el logro de la estabilidad, de falta de necesidades, eso, es felicidad. Y es en este estado, al menos de esta felicidad básica o felicidad sensorial, que uno le se vuelve más generoso y sabio.