Entre cartones y plásticos han pasado una noche más, y ya van veinte, en la Plaza de España, frente a la Delegación del Gobierno y en pleno corazón de la ciudad.

Sin embargo, en esta ocasión no han estado solos, ya que políticos, sindicalistas y voluntarios han querido compartir con ellos horas y experiencia, una muestra de solidaridad que les ha servido de inyección de moral tras casi tres semanas de protestas y en huelga de hambre.

Entre los asistentes a la vigilia se encontraba el coordinador en Melilla de Unión Progreso y Democracia (UPyD), Emilio Guerra, quien fue el encargado de leer un manifiesto en el que reclamaba "un compromiso moral" de las autoridades competentes, así como una "mayor sensibilidad y diligencia".

Ha sido una noche de convivencia, de relatos y de experiencias, en las que se ha podido conocer mejor la realidad de estos 40 inmigrantes, indios y argelinos, quien hace ya varios años abandonaron su casa y su país porque tenían "hambre de vida".

Así lo relata Laurin, el más veterano de todos los concentrados, un argelino de 55 años que llegó a España en 1998, que ha tenido un permiso de residencia que le ha permitido trabajar un año en Salamanca, pero sobre el que ahora pesa una orden de expulsión.

Laurin, que tiene una hija que reside en Melilla, dice no entender cuál es su situación real, al tiempo que confiesa que no sigue la huelga de hambre, ya que a su edad sólo aguantaría cuatro o cinco días.

Habla perfectamente español, además de francés y alemán, y se siente orgulloso de su nombre, de origen galo, ya que, recuerda, él nació bajo la bandera francesa.

El de Laurin es solamente un caso, un ejemplo de miles y miles que en distintos puntos de España pueden escucharse con distintos nombres, pero con un punto de partida, el deseo y el anhelo de tener una vida mejor en el continente europeo.

Con un "Viva España" termina su relato Laurin, mientras que su guitarra y sus canciones de Bob Dylan ponen sonido a una situación penosa a la que no se le divisa un final que pueda satisfacer sus reivindicaciones.

Y es que los inmigrantes lo tienen claro, no piensan regresar al Centro de Estancia Temporal (CETI), lugar en el que han pasado más de dos años y en el que han recibido distintos cursos de formación que, ahora, manifiestan, no les ha servido "para nada".