Ahora se le recuerda con motivo del redondo aniversario de su nacimiento y su nombre está presente desde la célebre película "La lista de Schindler" de Steven Spielberg, aunque durante mucho tiempo, como personaje incómodo, su historia tendió a desaparecer de la memoria colectiva alemana.

El industrial ha pasado en la historia, en buena parte gracias a "La lista de Schindler", como un hombre que burló a los nazis y logró salvar de la muerte a personas destinadas a las cámaras de gas, lo que le valió que el Estado de Israel le concediera en 1967 el título de "justo entre los pueblos".

Eso haría pensar en Schindler como un opositor al nazismo a quien, con el fin de la guerra, tendrían que habérsele abierto mejores perspectivas de vida.

Sin embargo, su biografía muestra una imagen completamente opuesta. Schindler fue un hombre de éxito bajo el III Reich, gracias en buena parte a su oportunismo, mientras que después de la guerra sólo cosecho fracasos, hasta el punto de que murió en la pobreza.

Entre los actos que se han organizado en Alemania con motivo del centenario de Schindler hay una exposición en el Museo Judío de Fráncfort que explora precisamente las razones de ese olvido.

Después de la guerra, Schindler se marchó a Argentina pero regresó en 1957, sin su esposa, Emilia, y fracasó en su intento de montar una fábrica en la localidad Hanau, junto a Fráncfort.

Su situación se hizo tan precaria que fueron prácticamente los judíos a los que salvó la vida durante el III Reich a través de trucos y sobornos -un total de 1.300- quienes le aseguraron el sustento.

"Su historia desaparecía una y otra vez porque era demasiado incómoda para la sociedad alemana de la postguerra en la que había muchos cómplices de los nazis", dijo Fritz Backhaus, del Museo Judío.

"La historia de Schindler mostraba que había otras posibilidades de comportamiento en la época de los nazis", agregó.

Los últimos años de Schindler estuvieron marcados por la pobreza, vivía en un modesto piso de una habitación cerca de la estación central de Fráncfort, y por el alcohol, en el que se hundió cada vez más.

Schindler murió en 1974 en casa de unos amigos en la ciudad de Hildesheim y su único legado fue una maleta en la que cabían todas sus posesiones y en la que estaba la famosa lista con los nombres de los judíos que había salvado.

El cadáver de Schindler fue transportado a Jerusalén, donde fue enterrado en un cementerio católico.

Pese a algún que otro homenaje, como la Cruz Federal al Mérito que se le otorgó en 1965, su historia volvía siempre a desaparecer cada vez que se intentaba recordarla.

Ahora, además de la exposición de Fráncfort, hay un sello de correos -conmemorativo del centenario- que recuerda la historia de Schindler.

Un canal de televisión, además, pasará el lunes "La lista de Schindler", y sin duda los periódicos del día recordarán al controvertido empresario.

El olvido en que cayó Schindler durante muchos años no fue cosa exclusiva de Alemania. Ni en la ciudad checa de Svitany, donde nació como alemán de los Sudetes, ni en la polaca de Cracovia, donde tuvo su primera fábrica, que utilizó para salvar a judíos de una muerte segura, se le ha rendido a través de los años un culto especial.

Svitany le ha dedicado un pequeño museo pero le ha negado la ciudadanía de honor póstuma. Y en Cracovia no hay una calle que recuerde su nombre ni una exposición permanente sobre su vida.

En la República Checa Schindler tiende a ser visto como un alemán de los Sudetes que colaboró con los nazis. Y en Polonia, según el rotativo "Gaceta Wyborcza", se teme que posibles homenajes empañen lo que hicieron algunos polacos que también salvaron vidas.