Boorman declaró a Efe que prescindir de objetos innecesarios y huir de las marcas le ahorra dinero, lo que le permite trabajar sólo tres días en semana, y tener tiempo para él, para pasear en el parque o estar con su familia.

Su obsesión por las marcas le había sumido en un círculo vicioso que le hacía miserable, así que dio el paso de destruir, como los alcohólicos o quienes dejan de fumar, aquello que le obsesionaba y empezar una nueva vida.

"Fui educado en la creencia de que las marcas me darían felicidad y una vida de éxito", pero no fue así, añadió el autor del libro editado por Planeta.

Cree que la publicidad promete crear una identidad simplemente comprando productos, algo que la mayoría de la sociedad se cree: "si organizas una fiesta en casa y no tienes el tostador, el sofá o el estilo de decoración correcto, muchas veces empiezan a no mirarte bien", señaló.

Desde que organizó la hoguera con sus pertenencias, hace dos años, carece de televisión o reproductor de DVD, porque no ha podido encontrar aparatos de este tipo que no estén fabricados por grandes compañías y sólo es propietario de un producto con marca, su ordenador, que le resulta indispensable para su trabajo.

Asegura que tiene miedo de volver a caer en su obsesión, que siempre se fija en la ropa de marca que llevan otros o en sus coches, pero no los comprará porque luego "querría tener uno nuevo" y volvería su fijación por comprar.

Es difícil no consumir productos de las grandes multinacionales o de los almacenes chinos en Londres, porque las alternativas escasean, pero él lo encuentra muy satisfactorio, porque se consigue conocer a quienes trabajan en las pequeñas empresas e incluso "llegan a ser amigos".

Al consumidor le dedica un mensaje: disfrutar comprando no es malo, pero debería pensar, antes de adquirir el producto, si su vida será peor sin él.