Hoy finaliza en esta pequeña localidad cercana a Belén el "Festival de la Lechuga", que se celebra desde hace 14 años y en el que se mezclan kilos y kilos de estas hortalizas con bailes y actuaciones culturales.

"Las lechugas de Artas son las mejores de toda Palestina", dice a Efe sin dudarlo una compradora que ha venido desde Jerusalén para adquirir las preciadas verduras y que se va cargada con varias bolsas.

Pero no son muchos los palestinos que cuentan con los permisos para llegar a esta localidad, situada a tan sólo media hora de Jerusalén y a la que se accede después de atravesar puestos de control del Ejército israelí.

Nida Sada, agricultora de la localidad, explica que desde que Israel construyó en 2006 el muro que parte en dos las tierras de Artas "el dinero se ha ido con el viento".

"El muro israelí ha hecho mucho daño y ha destruido muchos campos. Nos ha afectado no sólo económicamente, sino también psicológicamente", dice esta madre de cinco hijos.

Alrededor de 3.500 personas viven en Artas, un pueblo que hace honor a su nombre -procedente de la palabra latina Hortus (huerto)- ya que es uno de los más fértiles de la región y su agricultura sostiene a dos terceras partes de sus habitantes.

En 1979 buena parte de la tierra de Artas fue confiscada por Israel para establecer el asentamiento de Efrat, en el que viven hoy 7.300 colonos israelíes, según la ONG palestina Instituto de Investigación Aplicada de Jerusalén (ARIJ).

"Antes tenía un terreno de 60 dunams (6 hectáreas), pero los colonos vinieron y tomaron mi tierra. Ahora no sólo no me dejan cultivarla, sino que ni siquiera me dejan entrar en ella", dice Abu Azi, otro agricultor del pueblo.

"Varias veces han intentado comprármela, pero yo siempre les he dicho que por encima de mi cadáver", añade.

En 1995, tras la firma de los Acuerdos de Oslo (1993), el 70 por ciento de las tierras de Artas quedó bajo control administrativo y militar israelí, según ARIJ, que denuncia que Israel continúo confiscando propiedades de los palestinos de esta localidad entre 1991 y 2002 y nuevamente a partir de 2004.

Este año la cosecha de lechugas en Artas ha sido la peor desde hace años, ya que la nieve de enero y febrero echó a perder los invernaderos.

Pero las penurias que pueda causar el clima, a las que al fin y al cabo está sometido todo agricultor, se agravan aquí con las limitaciones impuestas por la ocupación, que estrangulan cada año más la economía del valle.

"Israel no nos deja entrar ni salir: ni para comprar abono, ni para vender nuestros productos. Sólo podemos vender aquí en el pueblo y eso ha bajado mucho los precios. A veces tenemos que vender a precios ridículos para que no se nos pudran las lechugas en casa", dice Sada.

Lo más lejos que llegan sus hermosas lechugas ahora es a Belén, situado a menos de diez minutos de Artas.

La misma historia cuenta Azi, que asegura que en la última década ha reducido su producción drásticamente.

"La ocupación ha afectado a todo. No sólo a la plantación, sino a todos los aspectos de la economía. No podemos pagar salarios, así que tenemos que hacer todo el trabajo nosotros. Tampoco podemos comprar fertilizantes. Ahora cultivo sólo para mantener a mi familia", asevera.

"Nuestra producción es muy pequeña. Somos gente sencilla y no necesitamos mucho, pero si pudiera cultivar más podría darle una vida mejor a mis hijos", añade Azi.

Hoy, aprovechando la afluencia de público por el festival, los agricultores venden las lechugas a 3 shekels (0,8 dólares), pero mañana seguramente volverán a venderlas a menos de la mitad.

Menos de medio dólar por las lechugas más grandes y sabrosas de Cisjordania: una ganga con sabor a ocupación.