En la inauguración del Bosque da Memoria de Figueirido, una de las mujeres que plantó árboles fue Mercedes Farto, hija de otra madrina, Carmen Acuña Ruzo. Según cuenta Luís Bará en su libro "Nondes a esquecemento", Carmen tenía 11 años cuando empezó a ir al Lazareto de San Simón a llevarle comida y ropa a su primo, Manuel Ruzo Boullosa, que era maestro en Rodís (Lalín). Y con 16 (en 1940) empezó a ir a Figueirido.

La familia de Carmen tenía la taberna El Sol, en un cruce de la carretera que sube al cuartel, paso obligado para los presos. Eran trasladados (sobre todo desde Asturias) en vagones de ganado hasta la estación de ferrocarril, y después, atados y en fila, recorrían andando los dos kilómetros que les separaban del cuartel. Bará cuenta que también se trasladaron a Figueirido las mujeres (compañeras, hijas, madres) de muchos de estos presos asturianos para atenderlos.

Los que no tenían este apoyo eran atendidos por madrinas como Carmen Acuña Ruzo, que con el paso del tiempo acabaría casándose con Manuel Farto, preso en San Simón. Fueron madrinas muchas otras mujeres de la zona, como Elba, Isabel y Zulema Boullosa de Casa Riestra, la otra taberna de Figueirido y también destacan en Vilaboa la labor realizada por el cura, Don Jesús, pues al contrario que otros sacerdotes que se pusieron del lado de los golpistas, él fue un apoyo muy importante para los presos.

Mercedes Farto recordaba en la inauguración del Bosque cómo su madre, Carmen Acuña Ruzo, llevaba comida y lavaba la ropa de varios presos asturianos, entre ellos el más joven de todos los allí detenidos, por eso conocido como "el bebé".

También participaron en la jornada Benigno Rey, sobrino de tres presos de Figueirido, y Enriqueta Otero, hija de Enrique Otero, preso tanto en Figueirido como en San Simón. Estuvo también Carmen Sobral, huérfana de Abelardo Sobral, cantero de Salcedo casado en Postemirón, que fue asesinado por los fascistas poco después del golpe de Estado. Carmen tenía entonces tres años y su madre, Hermosinda Lamoso, estaba embarazada de una niña, Luisa, nacida cuando su padre ya había sido paseado. Sus restos nunca aparecieron. Según la memoria oral, fue fondeado en la ría de Vigo, según cuenta Luis Bará.