Afirmaba Pericles, en el famoso discurso fúnebre recogido en directo por Tucídides (La Guerra del Peloponeso: libro II), que aquellos que sirven a su comunidad (Pericles se refería a los muertos en combate, pero el mayor servicio a la comunidad es el ejemplo cívico) reciben a cambio el elogio que no envejece y la tumba más insigne, que no es aquella en que yacen sino aquella en que su gloria sobrevive para siempre en el recuerdo. Pervivir en el recuerdo es lo que hace inmortales a ciertos hombres, inmortales como a los dioses. Por eso nunca mueren, simplemente nos abandonan para irse a vivir al Olimpo.

Gonzalo Adrio, que ya últimamente venía despidiéndose, poco a poco, nos ha abandonado en este lluvioso comienzo de año. Lo ha hecho discretamente, como a él le gustaba hacer las cosas. Pero a pesar de su discreción, de su empeño por mostrar un perfil bajo, lo ha hecho rodeado de amigos, porque ha dejado una estela imborrable de su paso por la vida. Una estela mucho mayor que la humilde peana que aparece en la galería de personajes de Pontevedra en el espejo del tiempo, y que Gonzalo se había ganado por méritos propios: Por sus convicciones democráticas, por sus principios éticos que le llevaron a militar en el socialismo, y, sobre todo, por su talante y hombría de bien, grabados en su sonrisa acogedora.

Lo que si se nos muere un poco a todos es la memoria viva de la República (aquellos años juveniles de militancia en la FUE, que recordaba con tanta frecuencia), y de la represión franquista, que se cebó brutalmente con su familia. Su tío Germán, destacado militante socialista, y su hermano José, cuyo retrato presidió siempre su despacho, una de las más sólidas esperanzas políticas de la Pontevedra republicana, fueron fusilados en la Caeira aquel fatídico 12 de noviembre del 36, junto a otros destacados republicanos, que Sergio Portela inmortalizó en una petrea columna conmemorativa. Por eso es más de agradecer su espíritu de concordia.

Todos los pontevedreses recordamos la presentación de sus memorias, en un Teatro Principal abarrotado de público, con aquel simbólico título, "Sin odio, sin rencor, pero el recuerdo vivo", en la que Gonzalo hizo gala de su talante y espíritu de concordia, ilustrado por aquella famosa cita de Azaña: "Paz, piedad, perdón". Algunos recordarán también otro trabajo jurídico-político, para el que me pidió un pequeño prólogo, que yo centré en aquel famoso artículo 29, el artículo más malsonante de aquella amañada ley electoral. Queda otro voluminoso trabajo de historia política (Gonzalo era inagotable), que yo estuve revisando recientemente con criterios de editor, y me alegraría que llegara a ver la luz, como era su deseo.

Personalmente nunca podré olvidar sus activas gestiones, cuando mi mujer acudió a su casa una madrugada de julio de 1975, porque acababan de detenerme y no sabía dónde me llevaban. Ni tampoco aquel multitudinario mitín de cierre de campaña de Unidade Galega (1979), en el pabellón de los deportes, amenizado por Fuxan os Ventos y el inolvidable Suso Vaamonde, en el que Gonzalo se brindó a presentarme. Fue, sin duda, el mejor mitin de Gonzalo, que sacó no sé de donde una atronadora voz de tribuno, consiguiendo entusiasmar al público, aunque a mí, novato en aquellas lides, me hizo palidecer y tartamudear al comienzo de mi discurso de cierre.

Tampoco aquel proceso a Suso Vaamonde, en el que me llamó como testigo, como capitán (o ex - capitán, como le corrigieron desde el público). Ni aquella comida en Pontecaldelas, invitación del entonces exiliado Suso Vaamonde, su defendido, que visitaba Galicia gracias a un pasaporte diplomático, en la que nos deleitó con su inimitable voz de bardo galaico.

Aunque lo que más grabado se quedará en mi retina son los encuentros de estos últimos años, andando ya con dificultad, en los que ensayaba, no sin cierta sorna, el saludo militar, cada vez que nos cruzábamos en el puente del Gafos, y su cariñoso apretón de manos cuando cruzaba la calle para saludarle. Que los dioses del Olimpo te ofrezcan el sillón que te mereces, amigo Gonzalo.